jueves, 8 de marzo de 2018

Cuando el tema manda...











Obras de Tintoretto, Tiziano, Veronés, El Greco, Maino, Velázquez y Zurbarán


A principios del siglo XXI, el Museo Nacional de Arte Catalán intentó acoger una gran muestra sobre Murillo. La respuesta que el Departamento de Arte Renacentista y Barroco recibió fue seca y breve: Murillo no interesaba (por razones previsibles).
El Museo parecía existir solo por sus colecciones de arte románico y, en menor medida, de arte gótico. Un departamento que posee uno de los mejores -si no el mejor- retrato de Tintoretto de la historia, un excelente retrato de Tiziano, dos excelentes cuadros de El Greco (hoy, tres, gracias al deposito de una Anunciación, una espléndida composición manierista), un insuperable bodegón de Zurbarán, dos cuadros de Maino -de quien se conservan menos de diez obras en el mundo y es, tras Velazquez, Goya, El Greco y Murillo, el mejor pintor español-, amén de obras notables de Rubens, Tiépolo, entre otros pintores, parecía no contar.

La remodelación de la colección permanente, con la adición de obras de almacén y donaciones, es una noticia que rectifica el abandono en que se hallaba esta sección y pone el acento en la mejor parte del museo.
Las obras, entre los siglos XV y XVIII se han agrupado por temas y por géneros: retratos, por ejemplo, de un lado (un género) y mártires (un tema, entre otros), por otro. La razón aducida por no haberlas dispuesto según el más convencional esquema por escuelas y épocas reside en las lagunas de la colección. La historia del arte habría estado compuesta de retazos sueltos.

¿Cuál es el resultado?

Sin olvidar que los visitantes juzgamos lo que vemos y no lo que no vemos, la actual disposición busca mostrar que artistas de épocas y culturas distintas han tratado unos mismos temas y han practicado idénticos géneros. el arte pictórico y escultórico clásico habría representado unos mismos sentimientos, habría juzgado o interpretado unos mismos aspectos del mundo. La historia sagrada y la mitología greco-latina habrían sido velos, filtros o esquemas que habrían permitido explorar el alma del mundo y el alma humana.
Esta aproximación al arte, que solemos emplear los profesores en clase cuando proyectamos una sucesión de imágenes, todas del mismo tamaño, y que recuerda los álbumes o paneles de fotos del historiador Aby Warburg -que conjuntaban obras de culturas y épocas diversas para discernir temas comunes- es efectiva cuando se manejan fotografías o recortes. Todas las imágenes se asemejan formalmente.
Mas, en la realidad, los cuadros y las estatuas tienen entidades distintas; los cuadros tienen tamaños, maneras, técnicas, colores y luces distintos. El resultado es un caos visual. Las obras se rechazan pese a su proximidad física. Si, por añadidura, se disponen muy juntas, y en varias filas superpuestas, como si configuraran un mosaico de rostros, todos de maneras muy distintas, la falta de armonía, que hunde incluso las mejores obras, se hace aun más patente.
Las obras son entes vivos. Viajan, influyen, se influyen. Suscitan admiración o desapego. No son entes estáticos. Se muestran y resuenan. Por este motivo, un ordenamiento que atendiera, no a temas ni a motivos, pero tampoco a escuelas y periodos, sino a las relaciones entre imágenes, a familias de éstas, a sus ligámenes, deseos y rechazos, seguramente permitiría entender mejor el mundo del arte: un artista bizantino como el Greco se formó en Venecia, en contacto con Tiziano y Tintoretto -y antes en Roma- antes de recavar en Toledo (la lograda conjunción de dos espléndidos cuadros de El Greco y Veronés, en uno de los accesos, así lo muestra). El Greco era un pintor oriental: el oriente interpretado por Venecia. Su pintura no entronca tanto con el tardío estilo flamenco hispano, sino con aquella ciudad de la laguna. Mientras, los pintores valencianos (el MNAC posee un buen cuadro de Juan de Juanes) solo miraban a Florencia. Ya en el siglo XVII, artistas venidos de todos los países confluían en Roma, se impregnaban del arte imperial romano y de  pintores como Caravaggio, pero al mismo tiempo descubrían maneras de mirar y de hacer de artistas de países o culturas distintas. maneras que, luego, de regreso, difundían en sus propios países. No existían un arte italiano (florentino, veneciano, romano), francés, o español, sino que existían maneras de mirar y de operar de las que participan artistas venidos de toda Europa.
Por tanto, es posible que una presentación que hubiera seguido esas filiaciones hubiera permitido componer una sucesión de obras más armónica, siempre y cuando, la selección hubiera atendido al espacio disponible.
En estos momentos, la presentación más se parece al de una feria que al de un museo. El fondo azul oscuro tampoco ayuda a que las obras "respiren", o a que los visitantes podamos tener un encuentro con determinadas obras -o con cada una de ellas que quieran dialogar con nosotros- sin la avalancha de imágenes que se repelen.     

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