sábado, 3 de febrero de 2018

La casa y los muertos ("casas del alma" celtas)








Fotos: Tocho, febrero de 2018

El Museo de Arqueología de Cataluña, en Barcelona, posee una pequeña pero excelente colección de urnas cinerarias de piedra celtas, de pequeño tamaño, del s. I dC, procedentes de la Hispania romana -por fin bien expuestas.

Tienen forma de casa: un tejado a dos aguas, con una fachada principal dotada de uno de dos arcos de acceso y un frontón esculpido. Casas modélicas, figuradas de modo perfecto, con los elementos justos para evocar una casa primordial.
Los muertos prosiguen la vida en su casa, en la réplica o el doble de la casa que poseían en vida. Es ésta, precisamente, que los mantiene en vida. La casa es un receptáculo que los alumbra. La luna y las estrellas, así como rosáceas -manifestaciones del sol- expresan bien que se trata de una casa para la inmortalidad. Refugiados en su interior, los difuntos renacen para siempre. Son cenizas pero no desaparecen convertidos en polvo. O, mejor dicho, lo que renace es la psique (su "alma" o sus "almas": sus espíritu, o sus dobles), más allá de la desaparición del cuerpo (que, en el paganismo, nunca revive). Éstos o éstas se sienten en confianza. Se asoman incluso, en forma de palomas, al exterior, posadas en el frontón.
 

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