viernes, 12 de enero de 2018

Pompeya (o la ciudad dormida)





























Fotos: Tocho, enero de 2018

Pompeya: ciudad de un o unos pueblos de la Italia central (oscos, samnitas, pero no romanos) sepultada por las cenizas cuando la erupción del volcán Vesubio en 79 aC.
Desaparecida hasta finales del siglo XVIII.
Aún parcialmente excavada, dejada a la intemperie, degradada por la incuria, los visitantes y las inclemencias, aunque las restauraciones han empezado en serio recientemente.
Vacía en un frío día de invierno.
y, sin embargo, extrañamente vital. Pompeya está más viva que ciudades modernas arruinadas, que ciudades de vacaciones degradadas apenas se acaban de construir, como tantas que asolan la costa levantina y mediterránea en general.
La casi totalidad de los habitantes murieron sepultados. Pero era una ciudad de intercambios, negocios, cultos y comunidades: una ciudad pensada y levantada para acoger vidas, en la que se encontraban comercios, mansiones y tabernas, templos, anfiteatros dedicados a espectáculos lúdicos, crueles y religiosos.
Las cenizas no solo preservaron las estructuras, sino, de algún modo extraño modo, algo del bullicio de las calles -a la que se abrían un sinfín de tabernas y de lupanares-, de la vital imperfección humana, en la que se cruza el ingenio, las soluciones prácticas -como las  altas piedras plantadas en la calzada que permitían cruzar la calle sin mojarse cuando las riadas, dejando pasar el tránsito de carros-, las adaptaciones a las necesidades y los caprichos, y cierta veneración temerosa o supersticiosa en los poderes del cielo, los bosques y la tierra.
Pompeya no es una ciudad muerta, sino temporalmente vacía a la espera del retorno ineludible de los muertos a la vida; una ciudad en suspenso por un tiempo, en la que la vida, en sueños, puede retornar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario