domingo, 28 de enero de 2018

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Hornacina con betilo nabateo, s. III aC, Petra (Jordania)

Foto: Tocho, enero de 2018


Los cultos árabes preislámicos, al igual que los hebreos, ya prohibían o temían la representación naturalista -antropomórfica o teriomórfica- de la o las divinidades.
Del mismo modo que la divina esposa del bíblico Yahvé se representaba bajo la forma de un betilo -una piedra erguida, tallada o no: un monolito sin rasgo animal o humano alguno (betilo significa casa de dios)-, las tribus árabes preislámicas, de las que proceden los Nabateos que fundaron la ciudad de Petra, hoy un yacimiento arqueológico, ya bajo dominio macedonio o helenístico, hacia el siglo III aC,  adoraban a las piedras como figuración anicónica de la divinidad -como la piedra negra de la Meca, un santuario preislámico, preservado en el islam.

Un pequeño relieve, tallado en una pared rocosa, en el desfiladero de acceso a Petra, plantea una serie de cuestiones teóricas o teológicas. Muestra una hornacina -o comprende una hornacina. La talla puede ser considerada como una imagen de un elemento arquitectónico, o puede ser juzgada como una hornacina verdadera. Ésta acoge a un betilo. Pero éste no está tallado enteramente. En tanto que relieve forma parte del fondo rocoso del que emerge. No puede ser leído como un betilo, sino como la imagen del mismo: una imagen incompleta, como toda imagen, que no documenta al modelo entero sino tan solo una o unas de sus caras.  Podemos suponer como sería el betilo aislado, pero no podemos saberlo a fe cierta.
Si la cultura árabe preislámica condenaba las imágenes por ser representaciones erróneas de la divinidad que daban, sin embargo, lugar a un culto idolátrico -los humanos adoraban a la piedra, y no a lo que la piedra representaba, simbolizaba o acogía: una divinidad invisible, "visualizada" o hecha imagen por medio de su representación no mimética (la mimesis era, de todos modos imposible, pues la divinidad era invisible)-, el relieve de piedra presta a confusión. No comprende  un betilo -o una figura de culto- sino que muestra la imagen de un betilo, al que se invitan a los fieles a rendir culto, un culto que no se dirige hacia la divinidad en la piedra, sino a la imagen de la piedra -que no puede contener a la divinidad-, por lo que el culto, que no puede dirigirse hacia la divinidad que no puede estar presente, se dirige, en verdad, hacia la piedra.

Por otra parte, esta talla es una perfecta imagen mimética de una piedra sagrada (no es, no puede ser una piedra sagrada sino tan solo una imagen plana), por lo que la condena de las imágenes sagradas queda aquí en entredicho.
Pero ¿qué es una imagen de una piedra tallada en una roca sino una piedra? Este relieve trastoca entonces la separación entre imagen y modelo, esencial en la concepción del arte, cuyos objetos se separan esencialmente de los objetos "reales" que el arte imita o simboliza.  En este caso, la imagen se confunde con el modelo. La talla pétrea de una piedra es una piedra.
Por lo que el culto al betilo, antes imposible, tiene sentido, porque no existe diferencia alguna entre la imagen y el modelo. Un fenómeno que solo acontece en el mundo de lo sagrado y de la magia, que desdibuja la separación entre el mundo plano de la imagen y el mundo pleno de la realidad, por lo que pone en cuestión la existencia misma de la realidad, como si solo existiera el mundo de la imagen -de la ilusión, del sueño-.
Una cuestión de actualidad que ya los tallistas nabateos, quizá sin pensarlo, sí plantearon.
 



Agradecimientos a Tiziano Schürch por su agudo comentario.

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