domingo, 8 de octubre de 2017

ÇATAL HÜYÜK (O EL IMAGINARIO ARQUITECTÓNICO ANTIGUO)































Fotos: Tocho & Tiziano Schürch, Octubre de 2017

Nota: la última fotografía corresponde a una reproducción de unos frescos del 7º milenio aC, que representan la planta del pueblo, cuyos desvaídos originales se hallan preservados en el Museo de las Civilizaciones Anatólicas de Ankara

Recientes descubrimientos en el yacimiento neolítico de Çatal Hüyük (suroeste de Turquía, cerca de la ciudad de los derviches de Konya), han alterado la cronología y han puesto al descubierto nuevas estatuillas femeninas casi aún más valiosas que las que se conocían hasta ahora.
El asentamiento, el poblado, se remonta ahora a mediados del octavo milenio aC -hacia el 7400 aC, casi mil años antes de la datación aceptada hasta hace poco-. El pueblo (algunos estudiosos han hablado de ciudad, pero las primeras ciudades, con estratificación social y laboral aparecieron dos mil años después, cuando Çatal Hüyük ya no existía) permaneció durante mil trescientos años (aunque el área fue poblada hasta la invasión árabe), y fue cubierto por los sedimentos. Las casas se iban reconstruyendo una y otra vez en el mismo emplazamiento, por lo que el nivel del suelo ascendió. Hoy, el yacimiento constituye una colina artificial.
La excavación prosigue. La campaña de 2018 ya está planificada.

Una "manzana" ha sido restituida este año. Comprende cuatro casas, construidas no lejos del yacimiento. Se han utilizado técnicas de construcción utilizadas por los habitantes del pueblo: muros de adobe, zonificación de las estancias, cuyo suelo de tierra compactada presenta varios niveles bajos, hornos bajos de leña contra las paredes, frescos en la parte inferior los muros -quizá cerca de los difuntos-, enterramientos bajo las estancias, techos de madera y fibras vegetales.
 Sin embargo, a fin de facilitar la visita, la reconstrucción o recreación omite un elemento esencial que impide en absoluto percibir cómo se vivía y qué imagen se tenía que tener de la vida en comunidad. El acceso a las viviendas no se realizaba a través de aperturas en la fachada sino a través de escaleras de madera que conducían al techo. Se accedía desde las terrazas. Los habitantes se desplazaban sobre éstas y descendían en el interior de sus hogares. Éstos se construían unos junto a otros, si bien cada casa poseía sus propios muros limítrofes. La separación entre éstos, de unos treinta centímetros de ancho, se rellenaba de tierra, aunque, en ocasión, la separación era mayor, por lo que el espacio intersticial se utilizada de vertedero.

¿Qué imagen del hogar se desprende?
Estamos acostumbrado, modernamente a ascender o descender hacia nuestras casas. Los bloques de pisos obligan a un desplazamiento en vertical hasta llegar a nuestro piso. Pero también en cierto que, una vez alcanzado el descansillo, la entrada al hogar se realiza en sentido horizontal, tras cruzar el umbral. Una vez dentro, es posible que nuevos ascensos o descensos sean necesarios, pero siempre desde una entrada o un mirador alcanzado a pie plano.
Por el contrario, el acceso a las viviendas de Çatal Hüyük (el nombre es moderno; se desconoce qué nombre tenía en el neolítico), se realizada desde arriba. El pueblo era como un altozano, cuya parte superior debía ser alcanzada, para, desde allí, descender a las casas.

¿Qué percepción del espacio, y del simbolismo de la casa, invitaba este acceso tan distinto al nuestro? Es difícil imaginarse qué se percibía. El propio entorno, hoy árido, cubierto de marismas entonces, ha variado excesivamente para que sea posible imaginar qué se debía sentir.
Pero es cierto que un acceso descendente invitaba seguramente al recogimiento. Este movimiento, por otra parte era el mismo que emprendían los difuntos. Éstos solían ser enterrados bajo las casas. La propia ornamentación de los muros se situaba en contacto con el suelo. El movimiento de los vivos era similar al de los muertos. De hecho, el acceso a las viviendas evocaba el acceso al mundo de los muertos. Mundo necesario porque protegía a los vivos. Volver a casa era volver a la casa primordial, la casa de los ancestros; invitaba a un reencuentro con éstos.

Por el contrario, la salida de las casas requería un ascenso, una separación. Se iba a la luz, hacia el espacio abierto, a la intemperie, lejos de los antepasados. Quizá las figuritas masculinas y femeninas halladas fueran amuletos que protegían a los habitantes cuando se ausentaban de casa. Sustituían o representaban a los ancestros, cuya figura, a través de la estatuilla, seguía viva.

Pese a la ausencia de montículos cercanos que limiten el contacto con el cielo, no parece que éste diera lugar a ningún culto. La tierra, las entrañas de la tierra parecían el lugar al que se debía volver. El retorno a casa era la imagen de un retorno al origen, a la fuente de la vida. La casa ofrecía protección porque estaba en contacto con los antepasados, porque se descendía hacia ella. El descenso, vivido hoy como una caída o un decaimiento, es muy posible que fuera, por el contrario, un movimiento vital, que "animara". Sin la vuelta a la tierra -las casas estaban construidas con el mismo material de la tierra-, la vida no tenía sentido. La casa era el medio con el que los habitantes se sentían seguros porque no perdían el contacto con quienes les protegían. 

Para J.B y T.S., sin cuyo entusiasmo e interés por Çatal Hüyük esta nota no se habría escrito.
Agradecimientos a Tiziano Schürch por permitir reproducir sus fotografías.

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