miércoles, 2 de diciembre de 2015

El Palacio de Satanás

Vulcano era un dios cojo, deforme y de rostro ennegrecido. Juno, la esposa del dios de los cielos  Júpiter, estaba cansada de las infidelidades de su esposo y de que éste hubiera concebido sin ella a Minerva, la hija predilecta del dios-padre, diosa de las artes inteligibles, nacida de la augusta testa de su padre. Logró que sus padres, el Cielo y la Tierra, le permitieran, a su vez, alumbrar sin la participación de su pareja.
Quizá asustada por lo que había hecho, o desinteresada por la suerte de su hijo solo deseado por venganza, Juno dejó caer al recién nacido, o lo echó desde lo alto del Olimpo, a fin de eliminar la prueba de su falta y despecho. Vino Vulcano a caer en las profundidades marinas, cabe la costa de la isla de Lemnos, en el mar Egeo, en cuyas cuevas marinas, los Telquines, genios enanos dedicados al cuidado del fuego volcánico, le cuidaron y le adiestraron en el arte de la forja.
Años más tarde, Vulcano labraría un palacio reluciente de metales preciosos para su padre, el olímpico Júpiter.

Vulcano sufrió graves daños de su caída. Se rompió una pierna para siempre. Su vida en lo hondo de una cueva oscura, en contacto directo con las bramantes calderas de Pedro botero donde forjaba útiles, armas y palacios resplandecientes, le pasó factura. Su cara estaba ennegrecida como la de un demonio y su porte se deformó debido a la cojera permanente. Apenas se sostenía de pie.
Su connivencia con el fuego también le otorgaba un aspecto inquietante. En Roma, los santuarios dedicados a Vulcano debían ubicarse en la periferia de las ciudades, no fuera que su fuego acabara con la ciudad. Sin embargo, el fuego que manejaba., pese a no tener nada que ver con el fuego doméstico al cuidado de Vesta, lo aproximó a esta diosa, incapaz también de desplazarse debido a los constantes desvelos al cuidado del fuego del hogar y ciudadano. Ambos eran dioses queridos, necesarios, próximos a los hombres, pero temidos.

El manejo del fuego que Vulcano obraba lo convertía en señor de los metales. Éstos, que eran la sangre de la diosa Tierra, se ablandaban cuando los forjaba. De ahí que el poeta Ovidio calificara a Vulcano de Múlciber: el ablandador de metales. Vulcano pegaba, maltrataba (mulcare, en latín), el fuego. Cicerón calificaba a Múlciber, de herrero cruel.
Por sus connivencias con el fuego de las profundidades, su aspecto afeado y su rostro requemado, Múlciber se convirtió en en demonio en el cristianismo.

Milton, en el largo poema barroco dedicado a la noche El Paraíso Perdido, lo presentó como el arquitecto de Satanás. Así, cuando Satanás y otros ángeles caídos, fueron echados por Yahvé desde el Cielo a las profundidades de la tierra (como Vulcano),y se fueron reponiendo, decidieron retornar al Cielo, tomando la cumbre al asalto. Todos los ángeles caídos tenían que unirse y debatir.  Dirigidos por Mammón, "el espíritu menos elevado de todos los que cayeron en la tierra" (I, 677-678), ávido de las riquezas del cielo, del oro que en lo alto refulgía cuando el sol ascendían, se reunieron en el "campamentto real", justo allí donde, desde las profundidades de la tierra,

"surgió cual una exhalación una estructura enorme de la Tierra (...) Construido como un templo, que tenía pilares  circulares y unas columnas dóricas cubiertas de arquitrabes dorados (...) Ni Babilonia ni la grandiosa Menfis la igualaban en su magnificencia y en su gloria, para la honra de Belus o Serapis, sus dioses, o para sede de reyes, cuando Egipto era rival de Asiria en opulencia y lujo. La ascendente mole se quedo fija al alcanzar un nivel mayestático de altura y al abrirse en seguida los portales, sus broncíneas hojas descubrieron en su ancho interior grandes espacios de un pavimento suave e igualado (... algunos elogiaron la obra y otras al arquitecto" (710-727, 732-733):

Pandemonio (Todos los demonios), había amanecido, "el capitolio supremo de Satán y de sus pares" (756-757), forjado por Múlciber, arquitecto también de los Infiernos que, un día había construido en el Cielo donde ""su mano era famosa por sus muchas torres y altas estructuras donde moraban los ángeles que cetros ostentaban, y en donde se sentaban como príncipes, a quienes exaltó el supremo Rey" (733-738).
El cielo y el infierno fueron construidos por el mismo arquitecto.

Pandemonio, el edificio más resplandeciente de la historia, inigualable, fue retratado por el pintor romántico inglés John Martin y hoy se incluye en la exposición Mitos fundacionales, de Hércules a Darth Vader, en el Museo del Louvre de París, donde el oscuro Varder, como es lógico, reina ante un Hércules cabizbajo al que ya nadie presta atención.

Dedicado a Marcel B., y su próximo regalo





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