lunes, 27 de abril de 2015

Iconoclastia (La paradoja de)

Tanto el Antiguo Testamento como el Corán condena la idolatría, es decir el culto a los falsos dioses, a los demonios, y las dioses que no sean Yavhé o Elohim, y Alá, a los que las plegarias se dirigen por medio de imágenes esculpidas o simple piedras erguidas (los llamados betilos, o asheras -nombre común idéntico a un nombre propio de la esposa de Yavhé). La idolatría no distingue entre el culto a un dios al que no se tiene que rendir culto, y el culto a su representación o simbolización, entre otros motivos por la figuración ya es la divinidad. Así el becerro de oro -sobre el que habrá que volver- no era una imagen de Baal, sino que era una divinidad -llamada Baal, o no- en forma de toro,  con todos los poderes de un dios.
Esta condena culmina en la iconoclastia, es decir en la destrucción -mencionada una sola vez en el Corán- de la representación divina -representación que, como hemos dicho, es una divinidad. Esta representación no es necesariamente una imagen antropomórfica o teriomórfica: una piedra también podía ser una divinidad -o albergar a una divinidad.
Sin embargo, la condena de las imágenes, en la Biblia y el Corán, solo afecta a las imágenes plásticas, naturalistas o simbólicas. Nada se dice de las representaciones escritas -y habladas. En este caso, no existe ninguna prohibición. Es cierto que el nombre de Yavhé no se pronuncia -aunque sí se escribe-, y que no todos los epítetos de Alá se pueden divulgar, pero Yavhé y Alá se mencionan claramente en los textos sagrados. Se presentan como seres seguramente antropomorfos con sentimientos muy humanos -Yavhé tiene celos de Baal, por ejemplo-. Las descripciones son sucintas, alusivas; poco se sabe de la figura del dios supremo. Pero se sabe que actúa y siente como un ser humano, que habla y escucha, se alegra y se enfurece, aconseja, guía y condena.
Seguramente la condena de la imagen textual y hablada no existe porque Dios es la palabra (o el verbo). Condenar este tipo de imágenes equivaldría a condenar tanto la Biblia cuanto el Corán.
El rechazo de las imágenes es, por tanto, parcial. ¿Es la imagen plástica más sugerente? ¿Se impone más? No es seguro. Uno puede imaginarse bien a Yavhé leyendo el Antiguo Testamento -teniendo en mente la imagen de un hombre sabio, o de un emperador. La condena no afecta la imagen literaria porque el contacto verbal con la divinidad no podría darse. Ésta no hablaría, y en su absoluta mudez sería inimaginable, o inexistente.
En los inicios era el Verbo. Éste era imaginativo. Su retrato era percibido, en el fondo, como un remedio para quienes necesitaban ver -porque ya no creían.

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