sábado, 29 de noviembre de 2014

STÉPHANE THIDET (1974): LE REFUGE (REFUGIO, 2007)







Esta inquietante instalación del artista francés Thidet -un refugio que expone al diluvio, un hogar del que hay que huir y que, paradójicamente, convierte en un lugar habitable la intemperie, exponiendo las limitaciones de nuestro refugios, que no siempre son paraguas contra lo que nos cae encima- se expone en la muestra Inside (Mundo interior) en el Centro de Arte Contemporáneo Palacio de Tokio de París.

Véase más información en las páginas webs siguientes:
http://www.lesabattoirs.org/enseignants/notices/thidet-refuge.pdf

http://www.stephanethidet.com/selected-works/article/sans-titre-le-refuge

La belleza, según Marcel Proust

"La vrai beauté est si particulière, si nouvelle, qu´on ne la reconnaît pas pour de la beauté" (
Marcel Proust, Le côté de Guermantes, À la recherche du temps perdu)

"La verdadera belleza es tan particular, tan novedosa, que no se la reconoce en tanto que belleza"

La belleza, según Proust, puede pasar por fealdad. Tiene que parecer fea. Asume o incluye a su antítesis. presenta dos caras, una invisible, a "primera vista", y otra visible, fea, o carente de belleza, que es la que se descubre en primer lugar. La belleza cambia de cara, se transforma o se transfigura, hasta desvelar su faz radiante. La belleza está velada o vetada. Se resiste, no se descubre al principio. Exige una preparación, una familiaridad, el abandono de prejuicios.
La belleza no cuadra con esquemas conocidos. No es regular, ni predecible. Es irregular, en todos los sentidos del término, estético y ético. No responde a ningún canon previo. Es nueva, imprevisible. La belleza sorprende. No es lo que uno se espera. Descoloca -saca de las casillas, de quicio, desubica, llevándonos a un paraje desconocido, transportándonos a otro mundo-, e inquieta, pues no se sabe qué cara revelará, ni cómo. Ni de dónde amanecerá. Es como el rostro proveniente de un mundo inexplorado, o cerrado. La belleza camina o guía por sendas desconocidas. No obedece a ningún cálculo, no es formularia.
La belleza es particular; pertenece a cada ser. No es una categoría universal, sino que está ligada a la vida, las transformaciones. No perdura ni permanece. Pasa, cambia o desaparece. No cuadra nunca con marcos establecidos, rehuye las convenciones, las definiciones, las leyes. No puede regularse. La belleza ataca -por sorpresa, toma por sorpresa. Toma y arresta, fascina y detiene. La belleza se impone. impone sus criterios, desarbolando los que poseemos. La belleza es impune. No se puede controlar. Sin duda está ordenada, mas el orden que la rige se manifiesta por vez primera cuando la faz de la belleza se asoma. El orden que la mantiene no es de este mundo. Nadie lo ha concebido o previsto.  
La belleza es, en este sentido, revolucionario. E inhumana. La vida se pauta, pero la belleza hace saltar por los aires las pautas que encauzan la vida. La belleza hace -o lleva al- bien, o el mal. Nos destierra, nos desorienta, invitándonos a na nueva vida.
La belleza no es de recibo. Nadie puede prepararse para recibirla. Porque su venida no es esperada. Ni esperable, a menudo.
Quizá sea mejor vivir sin belleza. Pero es una vida sin vida.
A la búsqueda del tiempo perdido cuenta -enumera y describe- los imprevisibles envites de la belleza, d su rostro fascinante (y siniestro), como bien y expone el nacimiento de la diosa de la belleza Afrodita, fruto de un acto "irregular".

viernes, 28 de noviembre de 2014

LEWIS BLATZ (1945-2014): NEW INDUSTRIAL PARKS, IRVINE, CALIFORNIA (PERIFERIAS, AÑOS SETENTA)




































































Junto con la pareja de artistas fotógrafos alemanes, de la escuela de Düsseldorf, Bernd and Hilla Becher, a la que también pertenece Ursula Schulz-Dornburg, el norteamericano Lewis Baltz, fallecido hoy, ascrido a los llamados Nuevos Topógrafos, fue quien mejor retrató la fascinación por las desoladas periferias industriales norteamericanas, en concreto, cerca de Irvine, entre Los Ángeles y San Diego, crecidas, en un paisaje casi desértico, a principios de los años setenta.
Baltz fotografiaba porque le parecía el medio artístico menos pretencioso para buscar la belleza en la desolación. Muros lisos -metálicos-, esquinas rectas, cajas implantadas en ninguna parte constituyen un tema recurrente. Fotografiadas en blanco y negro, a menudo en vistas frontales, buscando ningún efecto, estas construcciones ciegas y vacías, atraen como la obra de los pintores y escultores minimalistas, con la ventaja que Baltz no buscó nunca ningún mensaje trascendente o redentor. No critica ni denuncia; expone lo que hay, desvelando el secreto casi vergonzoso atractivo de construcciones que nunca fueron pensadas para un lugar en concreto ni para crear un escenario hermoso. Eran y son construcciones efímeras, abandonadas a menudo sin haber sido derribadas, que casi nunca se perciben porque intentamos evitar mirarlas. Pero forman parte de, quizá sean incluso, la arquitectura contemporánea, descarnada, sin posibilidad de redención. salvo en las imágenes de Blatz.