sábado, 27 de septiembre de 2014

Torrente en el Museu Nacional d´Art de Catalunya (MNAC)


Joan Vidal: Vallcarca a la llum de la luna (1907)


Aleix Clapés: Alegoría del Doctor Robert (1890-1902)

En un reciente seminario sobre museos en el último congreso del ICAANE en Basilea, dedicado a la presentación de las colecciones permanentes, el conservador del museo de Leyden comentó el problema con el que se había enfrentad a la hora de reordenarlas. El museo atesora piezas valiosas, pero no poseía un número suficiente de obras para poder componer una historia canónica coherente y continua. Decidió entonces que la exposición no estuviera dedicada a la historia del arte sino a la de propia colección. Mostraría cómo ésta se ha constituido.

El texto de presentación de la reordenación de la colección de arte moderno del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) de Barcelona enuncia un criterio parecido. Las salas estarán dedicadas a la manera cómo la colección se ha formado desde el siglo XIX, fruto de la historia social catalana, y reflejando el imaginario fantástico del nacionalismo.

La historia de formación la colección es más interesante que la de las propias obras. ¿Cuántos museos  pueden contar que descubrieron, abandonados en el desván, centenares de obras olvidadas que habían sido expuestas en el Pabellón de la República española en la Exposición Internacional de París de 1937, y se interesaron por ellas después de que el Ministerio de Cultura, que estaba preparando una muestra sobre dicho Pabellón, hubiera solicitado el préstamo de obras, hasta entonces nunca mostradas, como ocurrió en 1986, con gran enfado de la concejalía del ayuntamiento que consideraba que dichas obras no podían exhibirse por vez primera en Madrid?

La reestructuración de la colección traza la historia de las relaciones entre el artista, canónicamente presentado como un bohemio, atento a y marcado por la vida moderna, solitario e incomprendido, y la sociedad que lo explota y lo rechaza, a la que retrata críticamente. Los textos de cada ámbito son claros, concisos, agudos, apasionantes. Las obras los ilustran más o menos felizmente (no queda claro que un retrato de una mujer de Granada con un mantón de Manila revele la influencia del grabado arte japonés, como también cuesta algo ubicar el cuadro de Joan Vidal, Vallcarca en nit de lluna, de 1907, en el apartado dedicado a los Impresionismos, donde también tienen  cabida, paisajes, por otra parte atractivos, de Marià Pidelassera).

Las obras (de arte visual: pinturas, dibujos, grabados, carteles, fotografías y algunas filmaciones, y de artes decorativas: mobiliario, vidrio, cerámica y herrajes) son tratadas como ilustraciones de un discurso. La decisión es acertada, toda vez que pocas obras tienen entidad “artística”, mientras que sí pueden ser apreciadas como documentos.

Las salas de arte moderno del MNAC han dejado así de albergar obras de arte para acoger obras de etnología. Como si de un museo de las llamadas artes primitivas, o etnológico se tratara, las obras se exponen porque ilustran la convulsa vida social desde mediados del siglo XIX hasta la postguerra en los años cincuenta. Reflejan un mundo. No importa entonces qué tengan entidad como obras de arte porque no dialogan con otras obras ni con el mundo del arte sino que son el espejo de lo que acontece fuera de éste. Las mutuas influencias entre los artistas, la manera cómo las obras se responden, los temas propios de las artes de la imagen –la relación con los mundo material e ideal, la relación entre las cosas materiales y las obras, cuya materialidad es necesaria, en general, pero cuyo interés no reside necesariamente en ésta- que éstas abordan, no son tratados o apenas, precisamente porque no tienen razón de ser en una lectura etnológica de las piezas.


Esta lectura ha permitido obviar felizmente piedras o losas en la historia del arte como la Escuela de Olot en tanto que escuela, o a artistas como Vayreda y Canals, y ha desmontado el mito de Fortuny –responsable de los dibujos más sensibles, todavía-, rescatando, al mismo tiempo, obras de Pere Daura y de un desconocido José García Narezo.  La nueva colección permanente invita ahora a la lectura de los textos que compensan u obvian el apabullante despliegue de obras tan delirantes, tan rematadamente malas que parecen cómicamente buenas, y suscitan un vergonzante y entregado placer, como una película de Ed Woods o una canción de Pablo Abraira (el peor óleo de la historia, la enorme maquinaria de Aleix Clapés, Alegoría del Doctor Robert, se convertirá, sin duda, en una obra de culto) y que en manos de artistas como Feldmann o Koons, o Bestué o Marcel Borràs –obviando los tonos granate y ceniza de los muros- habrían desplegado su irónica capacidad por poner patas arriba y al descubierto el pésimo gusto y la miseria moral de la burguesía catalana y española, lo cual constituye un lúcida, apasionante descarnada “lectura”, semejante a la visión de la novela Vida privada de Josep María de Segarra, de la imagen que aquélla tenía de sí misma y proyectaba en el asfixiante y clerical cenáculo en el que se movía. 
Un muy valiente y esclarecedor desmontaje de un mito (el coleccionismo y la sociedad civil, por ejemplo), que podrá ahora aplicarse al sobrevalorado arte medieval.

Versión en catalán para el diario Ara, domingo 5 de octubre de 2014

Desmuntatge d'un mite
En un recent seminari sobre museus a Basilea, dedicat a  les col·leccions permanents, el conservador del museu de Leyden va comentar el seu problema. El museu atresora peces valuoses, però no posseïa un nombre suficient d’obres per poder compondre una història canònica coherent i contínua. Va decidir llavors que l’exposició no estigués dedicada a la història de l’art sinó a la de la pròpia col·lecció. 
El text de presentació de la reordenació de la col·lecció d’art modern del MNAC enuncia un criteri semblant. Les sales estaran dedicades a la manera com la col·lecció s’ha format des del segle XIX, fruit de la història social catalana, i reflectint l’imaginari fantàstic del nacionalisme. La història de formació la col·lecció és més interessant que la de les pròpies obres. Quants museus poden explicar que van descobrir en 1985, abandonats en la golfa, centenars d’obres que havien estat exposades en el Pavelló de la República espanyola en l’Exposició Internacional de París de 1937?
La reestructuració de la col·lecció traça la història de les relacions entre l’artista, canònicament presentat com un bohemi, atent a i marcat per la vida moderna, solitari i incomprès, i la societat que ho explota i ho rebutja, a la qual retrata críticament. Els textos de cada àmbit són clars, concisos, aguts, apassionants. Les obres els il·lustren més o menys feliçment. Les obres són tractades com a il·lustracions d’un discurs. La decisió és encertada, atès que poques obres tenen entitat “artística”, mentre que sí poden ser apreciades com a documents.
Com si d’un museu de les anomenades arts primitives, o etnològic es tractés, les obres s’exposen perquè il·lustren la convulsa vida social des de mitjan segle XIX fins a la postguerra en els anys cinquanta. Reflecteixen un món. No importa llavors quin tinguin entitat com a obres d’art perquè no dialoguen amb altres obres ni amb el món de l’art sinó que són el mirall del que esdevé fora d’aquest. Les mútues influències entre els artistes, la manera com les obres es responen, els temes propis de les arts de la imatge  que aquestes aborden, no són tractats o amb prou feines, precisament perquè no tenen raó de ser en una lectura etnològica de les peces.
Aquesta lectura ha permès obviar feliçment pedres o lloses en la història de l’art com l’Escola d’Olot en tant que escola, o a artistes com Vayreda i Canals, i ha desmuntat el mite de Fortuny –responsable dels dibuixos més sensibles, encara-, rescatant, al mateix temps, obres de Pere Daura i d’un desconegut José García Narezo. La nova col·lecció permanent convida ara a la lectura dels textos que compensen o obvien l’aclaparador desplegament d’obres tan delirants, tan rematadament dolentes que semblen còmicament bones (l’enorme maquinària d’Aleix Clapés, Al·legoria del Doctor Robert, es convertirà, sens dubte, en una obra de culte), i que jutjades per artistes com Feldmann,  Koons o Bestué haurien desplegat la seva capacitat per posar potes enlaire i al descobert el pèssim gust i la misèria moral de la burgesia catalana i espanyola. Un molt valent i aclaridor desmuntatge d’un mite (el col·leccionisme i la societat civil, per exemple), que podrà ara aplicar-se al sens dubte sobrevalorat art medieval.

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