viernes, 2 de mayo de 2014

(Arte mesopotámico, hoy): Roberto Cuoghi (1973), Suillakku (New Museum, Nueva York, mayo de 2014)


Nota: las borrosas imágenes no se perciben en la sala, completamente a oscuras. No son significativas. Solo se tiene que escuchar el sonido, sin fijarse en la imagen visual.
Tocho, New Museum of Contemporary Art, Nueva York, mayo de 2014


El arte mesopotámico tiene imprevisibles hijos o ecos. De algún modo, sigue vivo, pues aun inspira a artistas.
El New Museum of Contemporary Art de Nueva York, situado en la desastrada avenida Bowery al sureste de Manhattan, presenta una insólita instalación sonora del artista italiano Roberto Cuoghi titulada Suillakku.
El título está en acadio (asirio, exactamente). Designa un tipo de postura de adoración practicada en el imperio asirio y neo-asirio.
Cuoghi ha estudiado asirio durante dos años. Ha creado instrumentos de viento y de percusión y compuesto e interpretado una partitura cuya composición solo se escucha nítida y completamente desde el centro de una sala, toda vez que se emite por una serie de altavoces distribuidos a lo largo del perímetro de una sala circular, cada altavoz emitiendo el sonido de un único instrumento.
La voz del artista recitando himnos neo-asirios se mezcla con la música.
La estancia está sumida en la más absoluta oscuridad. Grupos limitados de visitantes acceden en el interior. La música y la voz está a pleno volumen -que no se percibe desde el exterior.
Cuoghi quiere sobrecoger e inquietar. Las referencias espaciales se pierden. No se distingue nada. Solo un sonido, vagamente tribal, como si procediera de algún rito, sobrecoge. Es la única referencia al mundo exterior y al pasado.  Se oye, pero no se ve nada. Se anda a ciegas por el pasado. El imperio neo-asirio, así evocado, domina el ánimo del espectador, pero solo es una voz incomprensible y olvidable. La imagen de un imperio de la antigüedad -y de cualquier imperio, del pasado y del presente- se resquebraja. Es solo ruido; ruido y furia; en el fondo, vana.
Sobrecoge porque nos dejamos sobrecoger. La oscuridad y el volumen del sonido, junto con un texto incomprensible, son los medios con los que se domina al visitante -o al súbdito. Pero solo son medios efectistas. El control es ilusorio. Depende del ánimo, de la credulidad del ser humano. En sí, el poder que se manifiesta no es nada. El visitante, o el súbdito puede, si quiere salir,  física o mentalmente. El imperio queda así desnudo.

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