jueves, 3 de abril de 2014

Magia y arquitectura: amuletos mesopotámicos



Las construcciones del centro y el sur de Mesopotamia, donde la piedra escaseaba, así como la madera con la que encender fuegos, eran de ladrillos de barro secados al sol. Solo determinadas piezas, inscritas con fórmulas mágicas, plegarias y maldiciones, se cocían, a fin que la humedad no les afectara y su destrucción no acarreara la caída del edificio.
Toda construcción se iniciaba con un rito fundacional. Éste consistía en la entrega de ofrendas a la tierra. de este modo se contentaba a los dioses del subsuelo para que aceptaran que los cimientos del edificio se adentraran en las entrañas de la tierra, que eran sus posesiones.
Además de estatuillas y materiales semi-preciosos, se solían depositan conchas marinas. Éstas evocaban las aguas primordiales.
En el imaginario mesopotámico, el cosmos nació de las aguas dulces: las aguas del delta del Tigris y el Eúfrates, así como de estos mismos ríos. Éstas eran una divinidad llamaba Abzu (Aguas de la vida) o Nammu (la gran matriz). En dichas aguas moraban otras divinidades tan antiguas que no tenían aun forma humana. Eran peces: carpas. Éstas eran -son- peces fluviales de gran tamaño, dotados de unos filamentos bajo la boca que se asemejan a las barbas de los sabios. Las carpas eran animales divinos, adorados.
Las conchas retrotraían a los tiempos originarios.
Unos amuletos de arcilla, insertados en los cimientos y en los gruesos muros de adobe, cumplían una función similar. se trataba de figuritas -o de plaquitas en relieve- que representaban a peces, o a seres híbridos: peces -carpas- con rostro y pies humanos. Estas estatuillas representaban a los apkallu, seres mitológicos que mediaban entre los dioses y los hombres. Atendían al dios creador Enki, hijo de la diosa de las aguas Nammu. Vivía en un palacio en el seno del Abzu, el seno de su madre. Modeló a los seres humanos y, por medio de los apkallu, les transmitió las técnicas con las que pudieron habilitar el espacio. Entre éstas, además de la agricultura y la cerámica, destacaban las artes de la construcción.

Un edificio se levantaba adecuadamente y no se derrumbaba -al menos hasta que un diluvio no socavara los muros- si se cumplía con el rito fundacional adecuado. Gracias a la deposición en la tierra de conchas y amuletos en forma de pez, se evocaban las aguas primigenias. Éstas engendraron, en el origen de los tiempos, al cosmos y a los dioses. Todo lo que fue creado entonces era perdurable. Surgió con las características adecuadas, resplandecientes, incontaminado, con el resplandor aun no apagado por el paso del tiempo.
Gracias a las conchas y los peces, que eran los dioses primordiales ligados a las Aguas de la vida, la construcción no se realizaba en el tiempo, en un tiempo dado, sino en el origen, antes del tiempo. Se llevaba a cabo al mismo tiempo que el universo. La construcción era así una creación de las aguas primordiales o de los dioses originarios. El edificio tendría la misma fuerza, la misma "consistencia", una "necesidad" parecida al de las formas y los seres engendrados en los inicios de los tiempos. El tiempo no le afectaría pues. Duraría lo que duran dioses, montes, ríos, y las quietas aguas de las marismas: el tiempo del universo.
La protección que los amuletos en forma de pez era, así, de un tipo particular. Vencían o detenían el tiempo, y trasladaban el acto fundacional hasta hacerlo coincidir con el acto fundacional del cosmos, cuanto todo lo fundamental fue creado para siempre.
Aun hoy, recordamos dichas construcciones, aunque físicamente hayan retornado al barro.

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