martes, 2 de julio de 2013

Dibujo y escritura en el Egipto faraónico: un problema de teoría del arte




La excelente exposición sobre el dibujo en el Egipto faraónico que el Museo del Louvre en París (El arte del contorno. El dibujo en el Egipto antiguo), amén de ser una de las mejores y más "pensadas" exposiciones sobre el Egipto faraónico, que da qué pensar,  presenta actualmente, plantea un curioso problema "hermeneútico" o de interpretación de las imágenes.

No existía, en el Egipto antiguo, diferencia entre el dibujo y la escritura. Un escriba era un "escritor de contornos". Los procedimientos, las formas, las técnicas, la actitud ante lo que se grafiaba y cómo se grafiaba era la misma. Queda un eco de esta indefinición en nuestros idiomas: las palabras grafía (escritura), y grafismo (dibujo), que proceden del griego graphein, que significa tanto dibujar cuanto escribir, denotan el origen común de ambas acciones; la finalidad era y es la misma: captar la realidad, exponiéndola ante la visión y el juicio del observador.

Mientras el origen naturalista de la escritura se perdió en Mesopotamia, con la progresiva "abstracción" de los signos gráficos -si es que cabe pensar en el origen de la escritura cuneiforme en el dibujo naturalista-,aquel se mantuvo en Egipto, pese a la aparición de escrituras, como el demótico, en las que los signos se simplificaron hasta convertirse en trazos irreconocibles en tanto que dibujos miméticos, alejados de la reproducción cuidadosa de los contornos de las cosas nombradas.
La escritura jeroglífica, sobre todo grabada en piedra, y en general utilizada en los monumentos y las estatuas, se componía de una serie de dibujos, que reproducían el aspecto más reconocible de las cosas: normalmente, una vista de lado. Estos dibujos no se distinguían para nada de "verdaderos" dibujos. Sin embargo, la actitud del observador tenía que ser distinta, en principio: en un caso se apreciaban, en otro se leían.
Sin embargo, algunos signos no se podían leer. eran los llamados determinativos (que existen en otros sistemas de escritura): signos que, situados ante o después de una serie de signos, indicaban que lo que se iba a leer o se acababa de leer designaba a un tipo de palabras.: por ejemplo, un nombre propio, el nombre de una divinidad, etc. Eran marcas que facilitaban la comprensión de los signos, pero que no debían leerse.
Acontecía que todas las representaciones naturalistas (dibujos, pinturas, estatuas, relieves) egipcias comportaban también palabras. Representación y texto estaban íntimamente unidos. No cabía imaginar una representación (la estatua de un faraón, por ejemplo) sin un texto pintado o grabado en la piedra. Pero, como ya hemos destacado, no existía diferencia visual alguna entre el dibujo y el texto que lo acompañaba.
De modo que la representación naturalista (pensemos en una efigie, pintada o esculpida, divina o faraónica) podía ser interpretada como un determinativo. El texto ayudaba a interpretar la imagen, pero ésta, a su vez, facilitaba la lectura del texto. la imagen no era independiente del texto, del mismo modo que el texto no tenía sentido ni razón de ser sin el apoyo o la presencia de la imagen (a la que iba adscrito).
Eso implicaba que la visión de una imagen era compleja. Exigía una doble actitud: una lectura del texto, facilitada por el reconocimiento o apreciación de la imagen que acompañaba la escritura. La imagen no se leía: servía para leer el texto.
Este doble actitud, el doble sentido de la grafía, como dibujo y como escritura, constituye, posiblemente, uno de los mayores retos del arte de la imagen. Pocas representaciones han exigido tanto, y han ofrecido tanto, a la interpretación de ,os signos humanos.

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