lunes, 28 de enero de 2013

Eva y la serpiente

Así como Adán es descrito como un santo varón, que sucumbe a las zalamerías de Eva, la Biblia describe a ésta como una ingenua, una ingenua y, por fin, una artera colaboradora de la serpiente, versada en hechizos y zalamerías que tienen como fin hacer perder la cara a Adán.

Sin embargo, cabría preguntarse si esta imagen es correcta.

Mediante un juego de palabras, la Biblia explica la etimología, falsa o verdadera, del sustantivo adán (que se traduce por humano), cuando lo relaciona  con adamah (el humus). Un adán es un ser moldeado con barro, lo cual es lógico porque es el resultado del trabajo artesanal de Yahvé: éste produce una imagen, un fetiche, al que insufla vida, como ya hacían los sacerdotes mesopotámicos y egipcios cuando practicaban el ritual de la apertura de la boca de las estatuas, recién labradas, para "animarlas".

El significado de Eva, por el contrario, no es tan evidente.

Se ha escrito a menudo que podría derivar de la raíz ayya (o haya): vida. Esta etimología, si fuera cierta, cuadraría bien con la imagen tradicional de Eva, como la "madre de los humanos" -si bien, algunos especialistas sostiene que la etimología de los nombres propios es siempre arriesgada y puede reflejar más los criterios o prejuicios del intérprete. Ese problema no afectaría tanto a la etimología de "Adán" -un nombre común, y no un nombre propio, al menos inicialmente.

Eva podría derivar de otra raíz semita: hwyh. Significa serpiente. Eva sería la diosa-serpiente, o la diosa de las serpientes, lo que la convertiría en una figura sobrenatural arcaica. Que Eva sea una divinidad y no una humana está ya apuntado en el Génesis, como se ha comentado en una entrada anterior, ya que Caín fue obtenido -o engendrado- por Eva con (de, o y) Yahvé.

La serpiente estaba tradicionalmente asociada al árbol de la vida. No simbolizaba, en absoluto, el mal. Tampoco en el Génesis. La serpiente ofrece el fruto del árbol (de la vida, o de la inmortalidad). Por tanto, lo que brinda no acarrea la muerte.  Es cierto que Yahvé anunció la muerte de quien probara este fruto, mas la muerte no aconteció. Adán y Eva no murieron. Tampoco se volvieron mortales, puesto que ya lo eran. Al igual que en mitos de otros culturas, trataron de alcanzar la inmortalidad, y fracasaron. La cólera de Yahvé no fue como se ha descrito a veces. Ciertamente, condenó a la serpiente a serpentear, a la mujer a parir con dolor, y al hombre a trabajar ardua y penosamente, mas, tras esta descripción o condena, Yahvé consideró que el ser humano se había convertido casi en una imagen divina, conocedora del bien y del mal- gracias al fruto ingerido-, aunque no hubiera alcanzado la inmortalidad -que le hubiera brindado el árbol de la vida-, se felicitó por la creación del ser humano-. No parecía excesivamente enojado.
Lo que la serpiente ofrecía era el bien más preciado que poseía o que guardaba: la vida eterna. Tal bien no podía estar en manos de un dios maléfico. Acontecía que la serpiente velaba sobre el ciclo de la vida: por tanto, sobre el nacimiento y la muerte, mas no únicamente sobre ésta. Aportaba o garantizaba el movimiento de los ciclos, del alumbramiento al apagamiento -al que seguía un renacimiento.
En árabe, hayyah designa a la serpiente, y a su vitalidad, a la vida que la serpiente aporta y simboliza: la vida eterna, o la inmortalidad.

La asociación entre una figura femenina y una serpiente es común en culturas antiguas. Se han encontrado innumerables estatuillas femeninas, en Mesopotamia o en Creta, por ejemplo, dotadas de rasgos de aves y de ófidos. Ya sean fetiches o juguetes, probablemente simbolizaban los poderes de la figura (diosa, sacerdotisa, mujer), capaz de unir lo alto y lo bajo -el cielo y lo subterráneo, es decir los dos espacios que encuadran el mundo de los vivientes.
Mesopotamia no carece de figuras femeninas con rasgos de serpiente. Así, se han encontrado en gran número en Uruk, durante el llamado periodo de Obaid; datan de hace unos seis mil quinientos años. Aún hoy fascinan.

Es posible que la concepción de Eva refleje una influencia, o un recuerdo, de esas antiguas divinidades femeninas primigenias a las que el cuidado del ciclo de la vida estaba encomendado. Desde luego, eran divinidades que controlaban el mundo de los vivos y de los muertos, poniéndolos en contacto. Pero en ningún caso, simbolizaban el mal ni lo causaban, entre otras razones porque la muerte no era juzgada como un mal, sino como parte, una parte necesaria, de la vida, como bien ocurría en el Génesis original.







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