lunes, 31 de diciembre de 2012

EL ARCA

Desde finales del siglo XIX se sabe que el relato bíblico del diluvio tiene un origen mesopotámico. En concreto fue tomado del mito acadio del sabio y fiel Atrahasis, escogido por Enki, su dios, para salvar a la humanidad del diluvio, que también se halla en el babilónico Poema de Gilgamesh, y que, en último término procede de un mito sumerio o en sumerio, el mito del sabio Ziuszudra, cuyo texto no ha llegado entero hasta nosotros.

Las palabras con las que se nombra el arca, en el Génesis, arrojan luz sobre lo que este objeto debía significar o evocar.
La Biblia de los Setenta (o Biblia en griego) utiliza el sustantivo kibootos. Significa, literalmente, caja. Mas este término traduce, en verdad, dos sustantivos distintos, aunque sinónimos, hebreos: tenáh y arôn. El primero corresponde al ma2-gur8-gur8, o magur sumerio: se trata de una gran nave (tal es la traducción literal), con la que se nombra el objeto (una caja o arca) que Utnapishtim, o Atrahasis -según qué mitos mesopotámicos- construye, por indicación de Enki, y siguiendo los planos trazados y entregados por este dios. Toda vez que ma2-gur8 también significa una figura geométrica desconocida, quizá un cubo, la propia palabra "arca" bien denota la forma o volumen de este objeto, tal como lo describen los mitos mesopotámicos: un arca cúbica: una figura perfecta, símbolo de la tierra.

El arca bíblica también es una caja cúbica. Pero el término tenáh no conlleva inivitablemente esta forma.
Lo verdaderamente significativo es que tenáh es utilizado en otro contexto. Casi se puede intuir: se trata del moisés -cuna o esquifo- en el que el recién nacido Moisés es depositado por su madre y entregado a las aguas del Nilo para escapar a la furia del Faraón. Tenáh es, así, también una cuna: un lugar dónde se nace, se renace o se vive o sobrevive. Se trata de la cuna o el origen de la vida, un espacio originario, lo que, por cierto, casa bien con la descripción del magur (el arca) sumeria, comparada con el abzu, el recipiente  receptáculo de las aguas sapienciales y primordiales en dónde la vida se engendró y de la que emergió.

El griego kibootos también traduce el hebreo arôn, como hemos mencionado. Esta palabra no significa arca sino cofre. Designa el sarcófago, es decir el objeto antitético que tenáh nombra. De la cuna a la tumba. El círculo de la vida queda enmarcado por ambos términos, tenáh y arôn, ambos traducidos por el griego kibootos.
Esto, sin duda, significa que el arca bíblica, para un griego, poseía ambas connotaciones. Era, al mismo tiempo, la cuna de la vida, y el receptáculo que acunaba a los muertos. Ambos conceptos estaban relacionados. La cuna conducía a la muerte, y la tumba alumbraba el difunto a una nueva vida.
El agua, en  el imaginario greco-oriental, poseía ambas virtudes: alumbraba y ahogaba. El agua era una fuente de vida y una imagen infernal.
Navegar sin rumbo, como el moisés del patriarca, o el arca de Noé,  significa morir; morir con respeto a la vida que se tenía anterior, a una vida anterior. Mas esta muerte desembocaba en una nueva vida: el arca llegaba a buen puerto, permitía descender sin problemas y repoblar la tierra, como cuentan los mitos mesopotámicos y bíblicos del diluvio. Dicho regeneración de la tierra solo era posible tras la ruptura con la vida o el estado anterior, es decir, porque el arca era a la vez una tumba y la cuna de una vida renovada.

Finalmente arôn también significaba joyero. Se trataba de una caja que contenía tesoros. Esta palabra designaba así el "arca" de la alianza. Simbolizaba -y encerraba- la unión entre dios y los hombres, lo que garantizaba a éstos una nueva vida, alumbrada por la divinidad. El arca de la alianza, que un templo portátil, y un sagrario, permitía que la divinidad estuviera entre los humanos, y les guiara por el "buen" camino, llevándoles, sanos y sanos, durante la travesía del desierto -una travesía que implicó la muerte con un estado o condición anterior, las condiciones de vida en Egipto, y que duró cuarenta años, equivalentes a los cuarenta días que, según el Génesis, cayó el diluvio-.

El arca, así, era lo que mantenía a la humanidad en vida, y les aseguraba una vida futura, más allá de la muerte que la misma arca causaba: mantenía el ciclo de la vida de nacimientos y renacimientos.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Jonas Geirnaert (1982): Flat-Life (Vida en un piso, 2004)


FLAT-LIFE por jwj

El mejor, más absurdo y certero croquis, lleno de humor, de la vida en un bloque de pisos.

Raoul Servais (1928): Harpya (1979)



La obra maestra del belga Servais, artista -pintor y dibujante- y, sobre todo, animador, está considerada como una de los  quince mejores cortos de animación de la historia.

Lamento por la destrucción de Ur: una nueva versión



Los lamentos por la destrucción de ciudades constituyeron un género literario, escrito en sumerio, en Mesopotamia, durante el tercer milenio.
Los ataques a ciudades y las tomas que sufrían se explicaban por el abandono de la urbe a su suerte por parte de las divinidades que las protegían y moraban hasta entonces en ellas. Ese inesperado e irreparable desapego era debido a una grave falta cometida por el rey: la soberbia, cuando, por ejemplo, había tratado de edificar en un lugar proscrito por el cielo o incluso no escogido por éste.
En cuanto los dioses partían, los enemigos se abatían sobre la ciudad, saqueaban, incendiaban y derribaban los edificios, reducían los habitantes a la esclavitud o los ejecutaban. Una vez la falta expiada, el cielo enviaba un salvador: un rey, que fundaba un nuevo linaje. Congraciado con la divinidad principal, podía restaurar las estructuras y el poder de la urbe.

La exposición Antes del diluvio. Mesopotamia 3500-2100 aC, en Caixaforum (Barcelona), está -sorprendente y felizmente- tomada por el público (la foto corresponde al sábado 29 de diciembre).
Mas los niños, a veces descontrolados, parecen venidos directamente de las montañas. Y, así, por ejemplo, arrancan y se llevan de recuerdo el templo que se alzaba sobre el zigurat, en la maqueta, hoy mutilada, de la ciudad de Ur, construida para la muestra.
La restauración, por suerte -a cargo de Marc Marín-, tardará menos que en la realidad.
No sé si la cólera de dios privará al templicida de regalos de Reyes.
Los dioses mesopotámicos podían ser terribles. Como bien supieron los que vivieron cuando el diluvio. El martes se anuncia un brusco, quizá brutal, cambio de tiempo (de ¿humor divino?) -en Barcelona-.

¡Ah, Ur! De nuevo en ruinas:

"la tormenta violadora arrasó la tierra. Como un diluvio destruyó completamente la ciudad. La tormenta que aniquila la tierra silenció la ciudad. La tormenta que hará que todo se desvanezca llegó causando daño y el mal. La tormenta destructiva como el fuego se abatió sobre las personas." (Lamento por la destrucción de Ur, v. 193 y ss.)

Fotos: Marc Marín (29 de diciembre)

NB: El castigo ha llegado. La profesora de la universidad de Bagdad, la dra. Ghada Siliq, acaba de escribir que se circula hoy en barca por Bagdad, tras un verdadero diluvio.
Qué nos espera pues en Barcelona. Con la que ya está cayendo.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Piotr Dumala (1956): Czarny Kapturek (La pequeña caperucita negra, 1983)



... o cómo los cuentos populares pueden ser interpretados sin cesar, y sin dejar de ser fecundos y fascinantes.

Valerian Borowczyk (1923-2006): Szkola (La escuela (1958)

En los inicios: el Génesis bíblico

Aunque el Antiguo Testamento, el Génesis, en particular, reelabora, e incluye, temas míticos mesopotámicos, en ocasiones literalmente (el motivo del diluvio trasladado del Poema acadio de Atrahasis al Génesis), los estudiosos han destacado que, en ocasiones, estos motivos mesopotámicos adquieren un nuevo sentido.
Así, la descripción del Edén, en la Biblia, y en un mito redactado en sumerio (el mito de Enki y Ninhursag, también llamado del Paraiso sumerio), pese a que en líneas generales coinciden, revelan una concepción muy distinta de la tierra primigenia. Mientras que el Edén bíblico es perfecto, y no requiere ninguna intervención -antes bien, la actuación de los primeros humanos, empaña la imagen paradisíaca-, Edena (el espacio primordial mesopotámico) es descrito como un lugar, en apariencia soñado, mas, en verdad, incompleto, en el que la vida no puede desarrollarse tal como debería, atendiendo a su especificidad.
Sin embargo, si se estudia con detenimiento la descripción del cosmos por Yahvé, que el Génesis bíblico cuenta, se descubre un hecho insólito, aunque ya muy comentado por los estudiosos:

" Comienzos (Bereshit, en hebreo)
Dios creó cielo y tierra
Tierra vacío soledad
Negro sobre los fondos
soplo de dios (en griego, pneuma)
movimiento sobre las aguas".

Tal es la traducción literal -y no la versión de la Vulgata- de los primeros versos que describen la acción divina el primer día. La traducción bien podría ser otra, por cierto, pues "comienzos" también significa "primeros" y, entonces, dios no habría creado en los inicios, o un día, sino que habría creado las primicias -es decir, las primeras, y las mejores- de las cosas: el primer cielo y la primera tierra, o el cielo y la tierra en su esplendor, perfectos o llenos de vida, recién creados.

Mas no es este aspecto que quisiera destacar sino el tercer verso: tierra vacío soledad, es decir, en hebreo: tohû wabohû. 
De entrada, estos primeros versos se pueden interpretar de dos maneras antitéticas: Dios creó tehom, o el mundo era tehom antes de que Dios obrara -lo que implica que la creación no es ex-nihilo, a partir de la nada, sino a partir de una materia, o una condición terrenal previa: tohû wabohû-. Según la lectura, dios es omnipotente (que crea hasta la materia), o un poderoso agente.
Cabe una tercera opción: Yavhé creó tehom, lo que no implica que creara ex-nihilo.
En todo caso, ¿qué es tehom?
La palabra recuerda, y no es casual, el sustantivo babilónico tiamat. Tiamat son las aguas caídas del cielo (a veces se piensa, por el contrario, que son las aguas salobres del mar), que se relaciona con Apsû, las aguas dulces, o las aguas de los ríos y las marismas. Tiamat es también una divinidad, quizá en forma de dragón o de serpiente: el dios de las aguas venidas del cielo. En el Poema de la Creación babilónico (Enuma Elish), en los inicios, éranse Tiamat y Apsû: las aguas dulces caídas del cielo, y manadas de la tierra; es decir, la materia primera, informa. En los inicios, éranse las aguas; a partir de las cuáles, el cosmos fue engendrado -por las aguas fecundantes.
Desde luego, tiamat es un ser o un ente serpenteante, informe; y tehom, por tanto, se refiere también a una entidad no formada o conformada, pese a que ha sido, muy posiblemente, creada por Yahvé. Creada pero carente aún de forma.

Tohû wabohû, una expresión que también aparece en Jeremías y en Job -tehom es citado por Isaias- no es, por tanto, una expresión única. Cuesta saber qué significa, aunque evoca un ente, o una materia primera y aún no modelada. Se ha traducido por caos: en este caso, se refiera a una materia previa a la creación divina, sobre la que ésta incide. Pero no olvidemos que esta misma materia primordial puede haber sido no solo modelada, sino creada -si es que existía tal diferencia en el imaginario antiguo- por Yahvé.
La expresión se suele traducir, más bien, por desierto; a menudo se especifica: desierto sin pistas; es decir, desierto (pedregoso o terroso, no de arena, sin duda) intransitable -e inhabitable.

Se trataría, así, de un ente creado -si es que ha sido creado- de manera incompleta. Y lo que le falta es, precisamente, lo que el Edena babilónico carecía: límites, ejes, trazas que ordenaran el espacio. Este espacio o esta tierra se presentaría como un lugar de perdición. Cabría una acción que lo acotara, y permitiera, a través de marcas en el suelo, que la vida pudiera asentarse, supiera dónde asentarse.

El Edén habría nacido incompleto: es decir, no apto para la vida. Faltaría la intervención de un técnico que pusiera coto, y cotas. Sin embargo, mientras en Mesopotamia, se indicaba que esta tarea, que completaba la creación inicial, incumbía al dios de las técnicas, y de las artes edilicias, Enki, así como de los humanos adiestrados por Éste, en ningún lugar se indica quien trazó sendas en el tehom; quien logró que el tehom se convirtiera en un lugar amable, en un Edén. No parece que esta tarea hubiera sido llevado a cabo por Adán (o el adán) pese a haber sido modelado por Yahvé que habría traspasado sus rasgos en el barro. Seguramente, tehom fue completado por el propio Yahvé -un dios equiparado a veces con Enki-: es decir, Yahvé habría corregido, a largo de siete días, su creación inicial, vivificando su obra que habría abandonado así su desértica, su yerma condición.  
En ningún caso, empero, el Génesis indica que Yahvé hubiera rectificado, recapacitado. Por tanto, el tehom se habría convertido en un lugar lleno de vida gracias a las creaciones sucesivas de entes vivos, que habría culminado con la creación artesanal de un adán, o de adanes: seres humanos. Su llegada habría permitido acotar la tierra viviente. Habitándola, la habría(n) convertida en un lugar habitable.

En todo caso, las relaciones entre el Génesis y los mitos cosmogónicos mesopotámicos, pese a diferencias en ocasiones sustanciales, están estrechamente relacionados, y revelan un imaginario quizá más parecido de lo que podríamos pensar.
Cabe preguntarse también si no retornamos, hoy, por la acción del hombre, también, hacia el tehom.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Dudley Murphy (1897-1968): Danse macabre (1922)



 Quizá la primera película experimental o vanguardista, anterior a Ballet Mécanique (1924), del mismo director, con Fernand Léger y Man Ray

(Triste cuento de navidad): dinero blanco, dinero negro

Érase una vez una joven, de buena familia, que tanto gastaba en drogas duras que perdió hasta la potestad de sus hijos.
Un día, un abogado, apuesto, libre y cristiano, le ofreció todo el dinero que necesitara a cambio de la presidencia de una pequeña empresa. Nada tenía que perder.
Su marido, del que estaba separada, pero que velaba por ella, y que mantenía excelentes relaciones industriales y políticas  puesto que sabía qué hacer para obtener encargos públicos, descubrió lo que ocurría: bien que conocía la existencia de empresas  ficticias, que permitían blanquear o desviar dinero que recibían partidos políticos, a cuya cabeza se nombraban enfermos terminales, necesitados de ingentes sumas diarias de dinero, que firmaban lo que fuera y no vivían el tiempo suficiente para darse cuenta y causar problemas.
Movió hilos. La joven recibió de palacio un billete de ida a un país lejano. Partiría al día siguiente. Estuvo una decena de años fuera. Tiempo tuvo hasta para rehabilitarse.
Apenas regresó a su ciudad natal, un conocido realizó llamadas pertinentes. Los partidos que gobernaban no eran los mismos, lo que no constituyó obstáculo alguno para que entrara a formar parte de la cabeza del palacio general.
Enfermó; se jubiló. Pero siguió manteniendo el sueldo completo. Y la boca cerrada.

Cuento imaginario, blanco como la "nieve"; la realidad no debería nunca superarlo.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Torá (normas de urbanismo y urbanidad)

Torá es el nombre que reciben los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Este título significa mandamiento. Consta de las leyes que Yahvé habría entregado al pueblo de Israel, sobre todo las que Moisés recibió en lo alto de Sinai.
Estas normas actúan como guías. Indican qué y cómo se tiene que operar. Aportan modelos y pautas de comportamiento. Se trata de un conjunto de enseñanzas para portarse o comportarse juiciosamente.

Torá deriva de un verbo que se traduce, precisamente, por indicar, o apuntar -por ejemplo, con el dedo, con una flecha- una dirección: se indica la "buena dirección", el camino que conduce hacia dónde se tiene que ir -si uno quiere seguir una senda recta.

La Septuaginta (o Biblia de los Setenta: la traducción griega del Antiguo Testamento que setenta -o setenta y dos- sabios habrían llevado a cabo en la Biblioteca de Alejandría en el siglo III aC) traduce Torá por Nomos. Ley o norma.

Esta ley, o este conjunto de leyes, recibe una traducción espacial, o se manifiesta, ante todo, espacialmente. Consiste, literalmente, en una norma de conducta: es decir, sirve para desplazarse, para conducir "bien", para no perderse en camino, o escoger el camino equivocado, que no lleva a sitio alguno, que lleva a nada.
 
Nomos deriva del verbo griego nemoo: distribuir, repartir, asignar. Nombra la tarea que el buen pastor lleva a cabo cada día: divide los pastos entre el número de animales del rebaño que posee o dirige, y asigna a cada uno un lote adecuado. Su trabajo consiste en una acción sobre el terreno: organiza el espacio de modo que el rebaño pueda alimentarse correctamente. Al mismo tiempo, traza o escoge los caminos más seguros, y se preocupa de que ninguna oveja se extravíe. Si eso ocurriera, no duda en dejar el rebaño para reintegrar el animal extraviado o descarriado por la vía adecuada.
La misión del buen pastor se resume en actuaciones o decisiones que redundan en beneficio de una comunidad (un rebaño). Vigila que nada les falte, que no pierdan nada, ni se pierda. Por tanto, marca los límites que no pueden cruzarse so pena de entrar en terrenos pantanosos. El buen pastor debe marcar cuáles son las barreras que no se pueden saltar. Las normas que establece se reflejan en los campos. Los mismos campos parcelados son el resultado de las normas que promueve: campos asignados a un rebaño.

El griego nomos ha dado el término latín norma. Se trata de un término que presta hoy a confusión. No significa norma, sino compás. Se trata del instrumento con el que se trazan circunferencias, figuras perfectas, y con el que se pueden tomar medidas. El compás mide el espacio con precisión. Por eso, Yahvé, y luego su Hijo, se representaban con un compás en la mano: un instrumento que también era un atributo de la personificación del arte liberal de la Geometría. Con el compás se pueden tomar las medidas de las cosas con exactitud, y verterlas o traspasarlas al espacio. Se trazan así líneas, contornos: los que definen entes y parcelas: espacios asignados a figuras o funciones. Es decir, líneas que organizan el espacio, ordenándolo.
De este modo, las líneas o normas que el compás marca, permiten establecen congregaciones, comunidades.  Son líneas que reflejan, o materializan órdenes. Son órdenes hechas al o para el espacio.

Entre los espacios acotados para la vida comunitaria destacan las ciudades. En ellas, las normas de convivencia tienen que ser claras, y muy visibles. Cotas, calles, direcciones deben estar bien señaladas. Los sentidos evidentes. Señales de tráfico, paneles ayudan a no perderse, a no tomar una calle en dirección contraria -lo que puede acarrear la muerte-, o a toparse con una vía sin salida.
Las normas que rigen la vida son ante todo normas de urbanidad: normas que se aplicaban para un urbanismo correcto: así, regulan  qué se puede hacer y dónde se puede ir, hasta dónde se puede ir o actuar.
Estas normas, inscritas en el territorio, tienen un origen muy antiguo: se remontan a los tiempos cuando los humanos necesitaban pastores -reyes, profetas, adivinos- que les señalaban el camino.
No se podía estar en tierras sin ley, ni cruzarlas siquiera.

Hoy sabemos qué ocurre cuando nos saltamos la "normativa" -o aplicamos normas equivocadas: el paisaje destruido español bien revela la falta de ésta, y las faltas cometidas.
   


Tomasz Kozak (1971): Opera Ocalenia (Operación salvación, 1998)

Hieronim Neumann (1948) : Blok (Bloque de pisos, 1982)



La vida en un bloque de pisos en Polonia en los años ochenta.
Imprescindible. Y terrorífico

Yoko Ono (1933): Dogtown (1981) / Midsummer New York (1971)




martes, 25 de diciembre de 2012

Yoko Ono (1933) & Paul McCartney (1942): Hiroshima Sky (Is Always Blue) (El cielo de Hiroshima- es siempre azul-, 1995)



 Tema, fruto de una colaboración excepcional entre Ono y McCartney, poco conocido, compuesto e interpretado para la conmemoración del cincuentenario del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima.
El tema no se halla en disco o cd alguno.

25 de diciembre: Jesús en los Evangelios

Con o sin burro o mula, y buey, el nacimiento de Jesús en una cueva, un establo o una casa, durante el viaje de sus padres, José y María, a Belén, siguiendo un edicto romano que obligada a todas las personas a retornar a su ciudad natal para actualizar el censo en la parte oriental del Imperio, parece un hecho bien documentado, si bien la incertidumbre acerca de datos tan importantes acerca del tipo de espacio en el que María da a luz a Jesús enturbia algo el relato.
La consulta de los cuatro evangelios canónicos arroja, sin embargo, datos curiosos: apenas se refieren al acontecimiento que inaugura una nueva era: el nacimiento de Jesús, dato tanto más sorprendente cuanto que los evangelios habrían sido escritos por discípulos de Jesús, al tanto de todos los detalles acerca de su vida y, obre todo, de su misión en la tierra. En efecto, Mateo describe el nacimiento y el primer año de la vida de Jesús, con cierto detalle, mas el Evangelio de Marco se inicia cuando Jesús, adulto, ya ha empezado su vida pública. Lucas sí se refiere al nacimiento, mas los acontecimientos que lo preceden y le suceden no son los mismos que los que Mateo describe: la matanza de los inocentes no es mencionada así como la venida de los astrólogos (los futuros Reyes Magos); por el contrario, es el establecimiento del censo lo que lleva a Jesús a nacer, no en Nazaret, de donde son oriundos María y José, sino en Belén, patria del rey David, de quien supuestamente Jesús desciende. Para Juan, por fin, Jesús entra en escena cuando su bautizo, ya adulto, por Juan Bautista.
Los datos, pues, de los Evangelios, acerca del nacimiento de Jesús son escasos y contradictorios. No tienen, tampoco gran relevancia. Sí la tendrán en textos algo posteriores, en ciertos evangelios llamados apócrifos.

Los Evangelios -evangelio significa buena nueva u oráculo: anuncian lo que acontecerá, no lo que ocurre; pronostican, no describen; cuentan una historia futura- canónicos no son los primeros textos del cristianismo primitivo -o de una rama del judaísmo. Se redactaron a partir del año 70, más o menos -el Evangelio de Juan dataría del año 110 ó 120-, y fueron escritos por pensadores griegos -o de cultura griega- que no conocían Palestina, en Siria, Grecia y Roma. Es posible -aunque no probable- que el Evangelio de Mateo se basara en un texto anterior en hebreo, pero la lengua utilizada también  es griega.
Son las cartas de Pablo los primeros textos, anteriores incluso al primer Evangelio, de Marcos.
Jesús, en los textos de Pablo, y en los Evangelios, es una figura distinta.
El Mediterráneo oriental hablaba griego. El arameo era una lengua de campesinos, y se hablaba poco el hebreo. Por otra parte, el latín penetraba difícilmente. Los marcos con los que se imaginaba el mundo eran también griegos: estoicos y platónicos o neoplatónicos.
Pablo y los autores de los Evangelios escribieron para letrados de cultura griega. Pablo se dirigía a comunidades letradas posiblemente estoicas. Se refiere a conceptos con los que los doctos griegos -él, en particular- están familiarizados. Pablo no habla de Jesús, sino de Cristo; y Cristo es un concepto, o un valor; una norma ética que rige o debería regir la vida comunitaria. Cristo es el logos platónico: una norma personificada, que se dirige a cada individuo para enseñarle cómo vivir colectivamente; qué valores asumir para que comunidades puedan crearse y  perdurar: Cristo es una ley de convivencia, que se enuncia a través de una figura una figura que no tiene entidad como persona.
Los evangelistas también escribían para letrados. Tampoco se refieren a Jesús, sino a Cristo. Cristo significa uncido, elegido. Es un título -y no un nombre- que posee los reyes (de Israel, y mesopotámicos). Este título, lógico puesto que Jesús es presentado como del linaje de David, es decir, real, justifica que se le llame Señor -y señor-: es decir, dueño de bienes (entre los que destaca los esclavos): dueño de tierras y seres vivientes, sobre los que tiene derecho de vida y muerte.
Este título explica que Cristo resucite, manifestando, o reiterando, su condición divina, es decir, no humana o por encima de la humana. La figura evangélica no es así un ser humano sino, al igual que en Pablo, una noción; mas ésta no es ética -como en Pablo- sino real (propia de la realeza). Cristo es una norma, justa, ciertamente, en tanto que la justicia es un atributo real, pero no es una norma de comportamiento. No se tiene que imitar a Cristo, como sostiene Pablo, pues Cristo no es una norma humana, sino que se le tiene que obedecer. Se tiene que tener confianza en él, y seguirle: Encabeza el camino de la vida, como ya lo hacían los reyes msopotámicos. Es el buen pastor, el guía. Su manifestación no es una ley escrita, sino una luz. Permite ver el camino, lo alumbra y lo ilumina -camino que se abre en medio de las tinieblas, la selva-.
Es cierto que una norma define modos de vida: por tanto, pone coto a actitudes incívicas, delimita espacios de convivencia. Las normas cívicas tienen una traducción espacial, urbanística. Así, se podría pensar que la norma (griega) y la luz (mesopotámica) actúan de un mismo modo: organizan la vida. Mas la luz exige la sumisión ante un líder; la norma obliga al consenso, sin que nadie pueda imponerse ni alzar la voz: la voz es la de la comunidad no la del rey -aunque el rey encarne a la comunidad: sea la comunidad, como Cristo es la iglesia, y la congregación de fieles, de súbditos-. La noma dibuja un marco de una vez por todas; la luz, por el contrario, traza una línea continua que se dirige siempre en línea recta, hacia el futuro (desconocido, pero que no causa temor, precisamente gracias a que la luz encabeza la procesión).
 Mientras que la norma funda comunidades, la luz establece comuniones, procesiones fusiones o identificaciones con un jefe real y espiritual.

Los primeros textos cristianos, las cartas de Pablo, y los Evangelios, no hablan de un individuo, sino de un concepto. Por eso apenas se refieren a su nacimiento humano -y cuando lo hacen, recurren a metáforas lumínicas que, de inmediato, señalan que no se refieren a un ser concreto, sino a una palabra: un edicto, una ley.
Fueron textos compuestos para letrados marcado tanto por la cultura griega cuanto por la mesopotámica. Las referencias a la divinidad de Cristo -por otra parte, Hijo de Dios, no significaba ser dios, sino seguidor de dios, protegido por dios, como, por ejemplo, los monarcas orientales, y romanos- eran lógicas. Tanto las presentaciones de los seres superiores en Roma cuanto en Oriente, sostenían que éstos tenían padres humanos y padres divinos. Era necesario ser un Hijo de Dios para poder encabezar un grupo y llevarlo a buen puerto, por buen camino. el mismo modo, en Grecia (en la Grecia helenística, tras Platón), los gobernadores verdaderos tenían que ser filósofos, es decir iluminados por Sofía, la Sabiduría divinizada. El Uno les mostraba qué valores tenían que asumir y transmitir a los humanos -incluso por la fuerza.
Los Evangelios, así, se compusieron según patronos literarios mesopotámicos, del mismo modo que las Cartas de Pablo siguen modelos neoplatónicos (es decir modelos griegos -platónicos- marcados por la noción de luz o irradiación mesopotámica).
Sin duda estos textos fundacionales no se pueden reducir a estos modelos, pero son deudores de ellos. Y, en Mesopotamia, el ser humano no merecía crédito alguno, precisamente porque carecía de luz: no irradiaba, no disipaba las tinieblas (del mismo modo, el sabio platónico disipaba el error, el conocimiento incierto: echaba luz sobre los enigmas del mundo).
En ningún caso, los Evangelios y las cartas de Pablo pretendieron referirse a un hombre concreto: Esto era inimaginable; los textos, por otra parte, no habrían sido recibidos, ni bien ni mal; nadie les habría prestado atención.

¿Un 25 de diciembre? La fecha del nacimiento -o de la glorificación de un dios pagano, que era un concepto divinizado: el Sol Invictus, al que los emperadores se asociaban o con el que se confundían-. De la aparición de un nuevo sol, que alumbra el mundo, y traza claros en el bosque, tratan, precisamente, los textos fundacionales del cristianismo, no de un niño en un portal.
Y, sin embargo, hoy en un día que ha amanecido gris. Son tiempos modernos

lunes, 24 de diciembre de 2012

Dr. John (1940): Babylon (1969)

Dr. John (1940): The City That Care Forgot (2008)

Tame Impala: Runway, Houses, City, Clouds (2010)


Sobre este reciente grupo australiano: http://www.tameimpala.com/

Nuevos tiempos (según el Protoevangelio de Santiago)

La búsqueda urgente de una parturienta, tras haber resguardado a María, casi una niña, en una cueva, en una zona desierta, que emprende un casi anciano José, camino de Belén, se enmarca en medio de una escena maravillosa: la súbita suspensión del tiempo:

"Y yo, José, avanzaba, y he aquí que dejaba de avanzar. Y lanzaba mis miradas al aire, y veía el aire lleno de terror. Y las elevaba hacia el cielo, y lo veía inmóvil, y los pájaros detenidos. Y las bajé hacia la tierra, y vi una artesa, y obreros con las manos en ella, y los que estaban amasando no amasaban. Y los que llevaban la masa a su boca no la llevaban, sino que tenían los ojos puestos en la altura. Y unos carneros conducidos a pastar no marchaban, sino que permanecían quietos, y el pastor levantaba la mano para pegarles con su vara, y la mano quedaba suspensa en el vacío. Y contemplaba la corriente del río, y las bocas de los cabritos se mantenían a ras de agua y sin beber. Y, en un instante, todo volvió a su anterior movimiento y a su ordinario curso". (Protoevangelio de Santiago, 18, 2)

El Protoevangelio atribuido al apóstol Santiago, hermano de Jesús, es un texto, quizá de un autor egipcio, de la primera mitad del siglo II que, pese a no haber sido incluido en los textos canónicos, ha determinado una gran parte de la iconografía de la Natividad, así como el motivo de la virginidad de María.

Así como los dolores de parto, y la inspección ginecológica de María para certificar que dio a luz siendo virgen, son narrados según cómo acontecen, el nacimiento de Jesús es contado de manera simbólica. José, como un esposo atribulado ante el próximo alumbramiento, camina en medio de la naturaleza cuando, al levantar la vista, descubre una escena inaudita: el movimiento -y el tiempo- han sido congelados: como en los cuentos populares -se trata de un motivo obtenido de un cuento oriental, ciertamente-, se diría que un hada madrina o un ángel hubieran alzado una varita mágica, inmovilizando cuanto acontecía. Los pastores que comían al borde del camino quedan con la mano detenida, el gesto congelado, como si se hubieran transformado en estatuas de sal, las ovejas, inclinadas sobre el curso del arroyo, no beben, e incluso los mismos pájaros, en pleno vuelo, se han convertido en un quieto motivo bajo la bóveda celestial, sin que la suspensión del vuelo, les hubiera hecho caer al suelo. Por unos momentos, toda la vida se detiene, hasta que, pasado el ángel, emprende de nuevo, purificada.

Lo que Santiago describe constituye una revolución en la concepción del tiempo. Hasta entonces, las sociedades antiguas consideraban que el paso del tiempo dibujaba un círculo, una espiral, o dos circunferencias: habría habido un tiempo antes del tiempo, y un segundo tiempo, ya humano. En ambos casos, tras el ciclo anual, durante el que el tiempo evolucionaba y decaía, como si se apagara para siempre, el tiempo retornaba al punto de origen, y la vida rebrotaba como en el origen. Cada año era la repetición del anterior -aunque a veces manifestara un cierto desajuste con el primer ciclo, como si de un reloj que no funcionara de manera acompasada se tratara-, e, incluso, podía acontecer que el nuevo año no repitiera solo el anterior, sino el primero y primordial.
Santiago, por el contrario, cuenta que el nacimiento de Jesús no causa una renovación temporal, como los nacimientos de otras divinidades soteriológicas (Mitra, Osiris, Dionisos, etc.). No se trata de que las manecillas vuelvan al punto de partida y, por tanto, la naturaleza se disponga a brotar como la primera vez, sino que lo que ocurre es que el tiempo se detiene un tiempo, para volver a correr, yendo, pues, a mejor. No se vuelve al origen. El origen ya no es el modelo, o la meta; sino que tan solo es el inicio; la meta se halla delante, no detrás; la meta es el futuro. El tiempo reemprende desde el punto en que se ha detenido; y reemprende para evolucionar. Ya no cabe vuelta atrás. El tiempo se representa mediante una flecha que avanza en línea recta. La detención de la flecha anuncia -y es consecuencia- de la venida de un salvador, que   corrige el rumbo de la flecha y la lanza más fuerte, o más recta, más rectamente. 
Esta detención temporal del tiempo en una imagen que recuerda la muerte, ciertamente: la muerte que el invierno causa, como en cualquier concepción tradicional del tiempo. Pero la comparación es engañosa: el tiempo no muere, sino que se adormece, para recobrar fuerzas, y proseguir con ánimos renovados, con más ansias y mejores proyectos. La flecha del tiempo no es la manecilla de un reloj, sino una verdadera flecha disparada hacia el futuro. Siguiéndola, se avanza en línea recta, hacia el horizonte, no se dan vueltas vertiginosas.  
A partir de este texto, la concepción del mundo ya no será la misma. La noción de progreso se impone. Los tiempos mejores son los tiempos venideros, no los tiempos pasados. La divinidad es una luz que guía hacia adelante. El hogar está a lo lejos, no a las espaldas.
Y esta concepción ya no tiene vuelta de hoja. Desde entonces, en Occidente, y sin duda en Oriente, la esperanza en tiempos mejores es ineludible.  El tiempo recobra aliento y prosigue la tarea emprendida cuando los inicios del tiempo. La tarea finalizará cuando llegue el tiempo; es decir, cuando el nuevo alumbramiento: será entonces cuando el tiempo vuelva a detenerse -para siempre.

El hermoso cuento oriental que el supuesto hermano de Jesús escribió cambió la historia; o creó la historia; una historia que nos empeñamos en concluir, sin saber que el fin solo acontece cuando pasa un ángel, cuando soñamos, cuando imaginamos -y nos abstraemos del mundo, como si, de pronto, para nosotros, el tiempo se detuviera, ya no contara, ya no contaran las horas.

Carles Barba i Masagué (1923): Aspectes i personatges de Barcelona (1964)

domingo, 23 de diciembre de 2012

Anna Turowska (1988): Weight (2011)

Los sumerios y los extraterrestres




Una rápida consulta por internet lo revela al momento: los sumerios están asociados a los extraterrestres, cuando no son ellos los venidos del hiper-espacio.

Casi todas las culturas antiguas están asociadas a figuras no humanas. El Egipto faraónico está especialmente marcado por su conexión marciana. Las pirámides son consideradas obras de seres venidos de otro mundo que habrían trasmitido sus saberes a sacerdotes -hasta una otrora respetada y respetable facultad de Universidad, como la Escuela de Arquitectura de Barcelona, ha premiado tesis doctorales que defienden seriamente estas creencias-, pero la Atlántida griega no parece humana, por no mencionar a culturas precolombinas con la de los Maya. Los años sesenta y setenta fueron fecundos en establecer esas conexiones. Se ha comentado que estas afirmaciones denotan un espíritu colonialista, o incluso racista, puesto que sugieren que egipcios, mesopotámicos o mayas eran incapaces de construir grandes edificaciones bien orientadas con medios técnicos escasos, pero estas creencias también afectan culturas "arias" como la griega: ¡qué no se ha dicho de los Hiperbóreos (en cuyas gélidas regiones Apolo se refugiaba, abandonando el santuario de Delfos a Dionisos, cuando llegaban las primeras frías brisas invernales).

Así que los sumerios pertenecerían a una cultura superior, los Annunaki (nombre colectivo de divinidades) serían un pueblo elegido venido del espacio, y Enki, el dios mesopotámico de las técnicas artesanas y de la construcción, un sabio galáctico que habría escrito el Libro de Enki que contendría, como las pirámides de Egipto, todos los saberes pasados, presentes y futuros, así como el futuro de la humanidad.
El crédito otorgado a la interpretación escatológica del calendario maya no hace sino acentuar, en el siglo XXI, esta creencia en el carácter extraterrestre de las grandes culturas antiguas, que se habría fraguado, o se habría acentuado durante el secretismo de la guerra fría, en los años cincuenta. Internet no ha hecho más que popularizar estas creencias.

Se podrían descastar como manifestaciones de ignorancia o de la fe del carbonero; pero es posible que sean más reveladoras de lo que somos de lo que parece.
Todas las culturas antiguas atribuyeron el origen de una gran parte de su cultura a seres sobrenaturales: dioses, semi-dioses, héroes, humanos primordiales. Cuántas culturas no se habrán referido al nacimiento de gemelos sagrados, de niños nacidos de una virgen, en una cueva, o brotados de la tierra, capaces de iluminar, desde su aparición en la tierra, a la humanidad. Dioses o humanos antes que los humanos, fundadores de las tribus, los clanes, los linajes humanos, habrían descendido a la tierra para ordenar el mundo y habilitarlo para los seres humanos, a quienes encomendaban la dura tarea de mantener este espacio.  Se diría que los hombres, maravillados ante el poder de la técnica, y de la inventiva humana, retrotraían el origen a seres que, como buenos padres o pastores, se habrían preocupado por los humanos y los habrían educado; seres, naturalmente, anteriores a la humanidad y, quizá, a la propia tierra; seres que habrían engendrado el cosmos. La presencia y la actividad de dioses y héroes, habría proporcionado una explicación convincente o seductora a lo inexplicable, amén de ser una consecuencia de la innata capacidad fabuladora humana, de su "inventiva".  Serían la primera manifestación del don propio de los humanos: imaginarse la existencia de seres no humanos -creyendo, o no, en lo que se cuenta, siendo más o menos conscientes del carácter ficticio de lo contado. Un narrador de mitos es un maravilloso contador de cuentos, y un cuentista, sin que eso empañe su talento, la "verdad" de lo contado (relato que dice la verdad porque habla de lo que el ser humano es,  de lo que es capaz, capaz por ejemplo, de explicar lo que ha hecho,  de explicarse): necesitamos de los cuentos para evadirnos. Necesitamos creen en lo sobrenatural para ser plenamente humanos. Solo los animales, y los dioses, no creen en lo sobrenatural: los dioses porque no pueden creer en lo sobrenatural -lo sobrenatural es su medio natural-, y los animales porque solo quieren emular a los humanos, o porque son los primeros que se burlan de los humanos que creen en dioses.

Cabría preguntarse, entonces, si el recurso a los extraterrestres para explicar el origen de la o las culturas no sería sino una versión laica, o propia de culturas profanas, de los relatos míticos antiguos o tradicionales.  Creen en el origen extraterrestre de la cultura sería, así, cultural", una manifestación de la capacidad humana por sobreponerse a la naturaleza.

Pero por otro lado, manifiesta desconfianza en las capacidades humanas, lo que no deja de ser una visión descreída,  quizá lúcida, del pensar y del obrar humanos; rebajaría la creencia humana en su superioridad; manifestaría que el ser humano es consciente de su fugacidad, quizá del sinsentido de su vida: una reflexión, por otra parte, plenamente humana. Reflexionar sobre el sentido de lo que se hace o se ha hecho, meditar sobre las consecuencias del obrar, ¿acaso no es humano? Dioses y animales, nuevamente, no piensan ni meditan: actúan, a ciegas. De ahí que los humanos tengamos que actuar meditativamente a fin de corregir los errores, los excesos sobrenaturales.
Una pirámide, un zigurat no parecen humanos a causa de su aparente perfección: el humano, consciente de lo que es, y de lo que puede hacer, del daño que puede infringir, de los conflictos que causa, acepta con dificultad una obra que parece manifestar sensiblemente la noción de perfección, como la manifiestan una sonata de Bach, una pintura de Mondrian, un soneto de Shakespeare, o la afilada silueta de un cohete. Nos cuesta aceptar la "bondad" de esas obras porque sabemos cuánto daño podemos hacer, porque sabemos que somos demasiado humanos. No importa que estas obras sean el resultado de horas, de días o meses de esfuerzo, dudas y cálculos. Una vez presentadas, parecen mágicas, casi inexplicables, llegadas a buen término a pesar de tantos obstáculos. No importa tampoco que los egipcios fueran mediocres constructores, que los conocimientos astronómicos fueran aproximados -y, a menudo, irrelevantes-, que las obras surgieran del tanteo (y de la explotación), que el azar tuviera tanto que ver: una pirámide, que ha "vencido" al tiempo, es decir, que se ha sobrepuesto a la destrucción humana, parece de otro tiempo, otra "era": no parece humana.

La creencia en el carácter sobrenatural -marciano, interstelar, extraterrstre, heroico, divino, etc-. de las grandes obras del presente y del pasado  no hace sino manifestar la admiración ante la capacidad creativa humana, don, talento y esfuerzo tales que no parecen humanos porque somos conscientes que, al igual que los dioses, somos también -más o menos- capaces de destruir todo lo que obramos y a los que obran.    
Si las pirámides y los zigurats fueran obras extraterrestres no las admiraríamos ni reflexionaríamos ante o sobre ellas. Nos dejarían indiferentes. No podríamos prestarles atención, como no prestamos atención a las piedras del camino: nada tienen que ver con nosotros; nada nos dicen. Son mudas, no existen para nosotros. No "existen", no "son" nada.
Si los dioses no hubieran sido una invención o una creación nuestra -en la que nos vemos reflejados, como en todo lo que hacemos y decimos-, ¿acaso nos preocuparían?
Bienvenidas, pues, la creencia en el origen marciano de los sumerios: demuestra que son nuestros padres, y nosotros sus hijos que, como los hijos, ponen en duda todo lo que los padres han hecho. Hasta que los hijos nos ponen en nuestro lugar: hasta que, de aquí a miles de años, seamos extraterrestres para las generaciones venideras. Si vienen.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Educación (o el lote de Navidad)

LI3: no suena demasiado: es el nombre del Instituto de Formación Contínua que gestiona los cursos de másters, postgrado y doctorado de la Universidad de Barcelona, en principio pública.
Hasta diciembre del año pasado, años fastos -en plena crisis-, compraba ciento veinte jamones para sus ciento veinte empleados a una tienda exclusiva de la parte alta de la ciudad, de la que era un "buen cliente". Este año, por desgracia, se han quedado sin jabuguito.

Sorprende menos que la Universitat Internacional de Cataluña, privada y del Opus, encargara, hasta las pasadas Navidades, cuatrocientos cincuenta generosos lotes de Navidad. Supongo que se podía, dado que se paga a los profesores invitados unos sesenta y seis euros por un día de trabajo.

¿Quién decía que la educación superior no era una fuente de bienes superiores?

martes, 18 de diciembre de 2012

La arquitectura del artista mexicano José Dávila (1974)




























































José Dávila: Creación (fotografía)


El artista mexicano José Dávila (1974) ha centrado su obra en una reflexión sobre la arquitectura (un arte o técnica que empezó estudiando).

La arquitrectura es, para Dávila, construcción. Siente fascinación por los materiales. Los bloques de piedra o de hormigón, los ladrillos hechos a mano, los andamios amontonados , en los que percibe la materia bruta, y su patina,forman ya volúmenes emplazados que anuncian los bloques que vendrán. Dávila manifiesta un gusto casi enfermizo por las unidades materiales, como si constituyeran un mundo, y una promesa de cobijo. 
Por eso, las maquetas de arquitectura que modela -sobre todo si representan edificios racionalistas en los que las líneas y los vanos desmaterializados, ubicados en ninguna parte-, exhiben el peso y el tacto de la materia, como si las formas no pudieran desprenderse de la impureza y la resistencia de aquélla.
Algunas de estas piezas son autorretratos. El artista se muestra a través de su obra. Solo existe, solo merece atención, gracias a lo que construye.

Sin embargo, Dávila sabe que la arquitectura es un sueño. Existe una falla entre la realidad y su imagen. La falta de arraigo de la arquitectura se manifiesta por su capacidad de instalarse en cualquier sitio, como el lugar no importara. Los materiales que Dávila emplea incluyen telas forradas de aluminio que no solo cubren sino que exponen, uniendo entes reales y reflejos, imágenes del espacio y las formas circundantes. Los muros y los pilares, que constituyen la armazón de la construcción, se desdibujan: pierden la solidez, la capacidad de asentar y levantar volúmenes. Tiras de neones siluetan los vanos, pero los límites que dibujan no coinciden con el de los muros; algunas columnas, por otra parte, no pueden soportar nada pese a ser indistinguibles de otras que sí son estructurales.
De este modo, el hábitat se revela frágil. Es más un sueño que un espacio existente. Los materiales son cálidos y sólidos, mas cuando se unen pierden una parte de su eficacia. Son lo único real; pero no consiguen crear hábitats. Lo que levantan son decorados. Se diría que fuera imposible construir. Una de las obras de Dávila más conocidas, de 2005, consiste en un andamio adosado a un edificio clásico existente. La estructura temporal está recubierta por telas plastificadas de colores. Cualquiera puede ascender y circular por el andamio. Incluso cobijarse. El color proporciona una ilusión de vida, mas el andamio sugiere un edificio con patologías, o abandonado, que ha perdido -o no ha alcanzado- la plenitud, como si un sueño, nuevamente, no se hubiere podido concretar. La solidez del edificio construido queda en entredicho.

Una fotografía parece resumir el ideario arquitectónico de Dávila: muestra un edificio hundido: los muros inferiores no han podido con el peso de la construcción sacudida, y hundida, por un terremoto. Quedan las trazas del edificio, y una frágil ilusión de habitabilidad. La fotografía se titula: Creación (o construcción).
Lo que se edifica se hunde, o lo único que se pueden levantar son fracasos.

El orgullo del arquitecto, émulo de dios, herido de muerte. Al arquitecto solo le quedan sueños rotos, y el refugio que los materiales le proporcionan, como si pudieran devolverle a la realidad.  

Otra imagen muestra un edificio volado por dinamita, convertido en una nube. Dávila sugiera que el edificio ha alcanzado al fin lo que es: polvo, una masa inaprensible.

Una serie de fotografías está dedicada a obras maestras de la arquitectura clásica y contemporánea: se titula" edificios que se tienen que ver". No se ve nada, sin embargo. Dávila ha recortado la silueta del edificio. Solo queda el vacío, la huella de lo que fue. Mas, extrañamente, el edificio esperado se destaca sobremanera. Su ausencia lo pone en evidencia. Nunca se ha podido calibrar qué volumen, qué prestancia poseía, salvo en estas imágenes en las que ha sido borrado. Como si, por tanto, la verdadera arquitectura no estuviera ante los ojos, sino en la imaginación.


Géza M. Tóth (1970): Icarosz (1996)

Damián Matías Oscroli: Habitaciones (2007)




http://www.cinevivo.org/home/?tpl=home&evento=cortos_edit&id=2367#

Corto de animación ("stop-motion") sobre la vida de los objetos en espacios domésticos