domingo, 18 de noviembre de 2012

La arquitectura de Lara Almarcegui (1972) (artista seleccionada el pabellón español de la próxima Bienal de Venecia, 2013)


























Lara Almarcegui actúa como una arquitecta sin serlo. Quizá porque no lo sea, puede trabajar como deberíamos hacerlo los arquitectos.
Preserva y destaca las memorias que, a través de estratos arqueológicos y geológicos, están inscritos en un lugar. Deja los sitios en paz. Reconoce su peso.
Su trabajo, siempre en un lugar -documentado a través de fotografías y filmaciones- trata de mantener espacios baldíos: lugares en los que aún no se ha construido, o solares abandonados, en ruinas, en los que la naturaleza retorna.
Lara Almarcegui  pretende que estos lugares, casi siempre entre solares edificados, o marginales, no se conviertan en el objeto de deseo de una persona o una institución pública o privada, sino que puedan ser disfrutados colectivamente. Es decir, busca que cualquier habitante pueda proyectar sus sueños en este lugar, sueños que son sueños y no se materializan en piedra.
Son lugares desechados que esperan ser ocupados de nuevo, como si nuevas construcciones fueran a devolverles a la vida. Sin embargo, se llenan de vida cuando cualquier persona, o cualquier comunidad puede utilizarlo temporalmente, sin apropiárselo ni excluir a nadie.
Edificios abandonados, en ruinas, fascinan a Almarcegui. Están condenados ( a volver a ser ocupados, apropiados). Pero se les puede reanimar sin que se conviertan en la posesión de nadie, el objeto de un deseo personal. Funciones como hoteles temporales y gratuitos permiten que cualquiera pueda habitar por un tiempo en ellos.
Los edificios, incluso derribados no mueren. Las ruinas reducidas a grava y polvo siguen manifestando su pasada existencia un un sitio dado. Merecen ser conservadas o recordadas. Son lo que fue el edificio. La colina de deshechos manifiesta, como en un yacimiento mesopotámico, que, una vez, alguien vivió en este preciso lugar; y esta pasada presencia merece ser evocada.
 Lara Almarcegui recupera espacios y edificios condenados al olvido y la desaparición. Les halla una nueva función, un sentido nuevo. Ya no serán el juguete de nadie, sino lugares donde recogerse y abandonarse. Espacios modestos, despreciados, a menudo, espacios residuales que se ofrecen como lugares de encuentro -y no de exclusión. No tienen paredes, ni límites. No marcan fronteras. Son lo que los usuarios desean que sean.

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