sábado, 20 de octubre de 2012

(Nota sobre) El concepto de belleza en Roma

(Segunda parte de la versión de un texto sobre el concepto de belleza en el mundo clásico para un catálogo del Museo de Arqueología de Cataluña en Barcelona)

La belleza se equiparaba al embellecimiento en la cultura helenística, sobre todo en Roma. De pronto, la belleza dejó de ser una cualidad ideal, casi sobrenatural  -la belleza del rostro de la divinidad, en quien residían las ideas de todas las formas- para convertirse en una cualidad menor, material, a veces menospreciada. Si bien, al igual que en Grecia, la concepción romana de la belleza no era monolítica, la estética romana destacó por considerar que la belleza era una cualidad de las formas decorosas o pulcras. Así, mientras que la arquitectura y la estatuaria griega se labraron en piedra o en mármol, los romanos imperiales no dudaron en recubrir estructuras de ladrillos con enlucidos que simulaban las vetas marmóreas, o con simples aplacados que simulaban gruesos aparejos de piedra. La belleza perdió su carácter divino, o, mejor dicho, Cicerón, por ejemplo, aceptó que, al lado de la belleza inmaterial, una nueva belleza, material y transitoria, fuera aceptada –o aceptable. La belleza se asoció a la apariencia. Cuidar de ésta, mediante afeites, pigmentos y pinturas, no faltaba al decoro, ni constituía un acto inmoral. Esta belleza empalidecía ante la “verdadera” belleza, inalcanzable a veces, pero facilitaba la vida. Por otra parte, si la belleza material, en tanto que mejoraba el aspecto de las cosas, facilitaba las relaciones y, por tanto, no estaba exenta de moralidad (ayudaba a las buenas costumbres, a las maneras adecuadas), constituyó una de las primeras aproximaciones a una belleza entendida como una cualidad propia de la superficie, los acabados de las cosas y las personas y, por tanto, una belleza 

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