domingo, 21 de octubre de 2012

Museo de Arte Ibérico Can Oliver, Cerdañola (del Vallés Barcelona) -o, Apolo estuvo en Cerdañola del Vallés.






















 Apolo y un grifo, mítico animal, símbolo del País de los Hiperbóreos, dónde acude Apolo en invierno, dejando el santuario de Delfos en manos de Dionisos.








Concurso: AV62 Arquitectos + PA (2009)
Proyecto: AVArquitectos (2010-11)

Fotos: Tocho, octubre de 2012

El museo de Arte Ibérico Can Oliver, en el inicio de la serpenteante y estrecha carretera de Horta, de Cerdañola del Vallés a Barcelona -que cruza un paisaje boscoso y negro de la sierra de Collcerola, digno de las historias que se cuentan a medianoche-, es una obra reciente, al lado de un poblado ibérico, del que se conservan varias viviendas, y un acceso al poblado, a través de un estrecho pasadizo escalonado, bien defendido, abierto en la muralla.
Como la mayoría de los oppida (poblados y ciudades ibéricos),  se sitúa en un altozano, sobre una plataforma alargada, cruzada por una vía empedrada principal, a cuyos lados se ubican las viviendas. Éstas se adosan a la muralla que vierte abruptamente a la pendiente arbolada, y corona, con altos paramentos de piedra, la cumbre de la colina.  Algunas callejuelas escalonadas se abren como espinas desde el eje central.
Las excavaciones no han concluido, y han librado piezas notables como fragmentos de la estatua de un león que debía de proteger una tumba, y cerámica griega, que prueba el intercambio entre las colonias griegas y los pueblos y ciudades ibéricos.

La cultura ibérica no existió. Lo que sí existieron fueron unos pueblos, tribus o clanes, que ocupaban una amplia franja que recorría toda la costa oriental de la península ibérica, desde los pirineos hasta caso Gibraltar, en la que lo que estas tríbus compartían era una misma lengua -o, mejor dicho, una misma lengua escrita y un mismo sistema de escritura. El hallazgo de piezas semejantes a lo largo de esta franja denota que, probablemente, compartían también una misma visión del mundo, un mismo imaginario.

Las culturas ibéricas son recientes. No remontan más allá del siglo VI o V aC, y desaparecen en el s. I aC. Nacen de las influencias griegas, fenicias y cartagineses (que trajeron imágenes y quizá creencias neo-hititas y sirias, del Próximo Oriente -Anatolia y Siria-), procedentes de las colonias instaladas en la costa, así como tartésicas y, finalmente romano-republicanas, influencias éstas últimas, que fagocitaron las culturas ibéricas hasta hacerlas desaparecer, fundidas en el imaginario romano..
 Esas influencias griegas y orientales, bien perceptibles en unos motivos ajenos a la realidad natural de la península (hubo leones en el Ática, en Grecia, hasta finales del II milenio, mas nunca en Iberia), se sumaron a la cultura de las poblaciones autóctonas derivadas de las que se hallaban en la península desde el neolítico y la Edad del Bronce. Se pensó durante años que los Íberos vinieron del norte de África, o de Oriente, mas estas suposiciones están hoy descartadas, lo que no es óbice para que se hubieran podido producir movimientos migratorios a pequeña escala: las expediciones navales comprendían pocas naves en las que no se desplazaban más de veinte marineros -hombres, siempre, que se unían con las mujeres de las poblaciones nativas colonizadas.

Este entrecruzamiento de culturas se descubre en el poblado de Can Oliver, dónde se han hallado piezas griegas, etruscas, cartaginesas,  romanas, junto con piezas ibéricas que reflejan dichas influencias, como el león de Cerdañola, y pequeños ex-votos en forma de testa de caballo, un testimonio de la importancia de este animal, como emblema del guerrero, una figura, a veces heroizada, al modo griego, central en las culturas ibéricas: representaría el mediador entre la ciudad y la naturaleza, de modo similar a como la mujer, la sacerdotisa, sobre todo, mediaba entre el espacio de la ciudad y el doméstico, así como entre éste y el inframundo.
Sorprende un fragmento de cerámica griega con la figura de Apolo.

El Museo es obra del estudio AV62Arquitectos, tras ganar un concurso curricular asociados a otros arquitectos.
La caja negra emerge de la colina y expone las piezas como recuperadas de la noche de los tiempos. La cubierta plana del museo y las estrechas vías escalonadas que lo rodean, desde el nivel de la entrada hasta la cubierta, recuerdan la manera de organizar el espacio de los Íberos, que combinaban anchas superficies planas con estrechos pasadizos inclinados que conectaban la ciudad con el campo y, quizá, evocaran las conexiones entre el mundo de los vivos y el de los muertos, situados fuera de los nítidos contornos de las ciudades. En el interior, el motivo del ascenso escalonado hacia la luz que penetra a través de un lucernario central, acentúa esta lectura moderna de la manera como los Íberos organizaron el territorio y se relacionaron con éste.

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