lunes, 15 de octubre de 2012

MoMA (Nueva York): Century of the Child: Growing by Design, 1900-2000 (2012)







El Museo de Arte moderno (MoMA) de Nueva York presenta, hasta el día 5 de noviembre, la exposición: El Siglo del Niño: Creciendo gracias al diseño gráfico e industrial, 1900-2000 (Century of the Child: Growing by Design, 1900-2000)

Exposiciones sobre artistas modernos de vanguardia y el mundo infantil no son nuevas. Sin ir más lejos, el museo Picasso de Málaga mostró el año pasado una gran exposición sobre juegos y libros infantiles del siglo XX por artistas de vanguardia, de Picasso a Warhol.

La exposición del Museo de arte Moderno de Nueva York, sin embargo, tiene otro alcance y, sobre todo, otro objetivo. Se pregunta porqué los artistas modernos se dedicaron con tanto ahínco a dibujar, proyectar y construir no solo o no tanto juguetes y cuentos, sino toda clase de edificios y espacios públicos (guarderías, colegios, hospitales, parques infantiles), muebles, y objetos de uso diario.

La tesis es sugerente. El artista moderno pretendía acabar con estilos y modos de ver y juzgar el mundo considerados caducos o agotados. Los estilos decimonónicos ya no ofrecían nada. Antes bien, acumulaban formas y ornamentos barroquizantes que solo eran un testimonio de un prodigioso saber hacer pero que no revelan ninguna visión nueva de un mundo cambiante. Por este motivo, queriendo recuperar la mirada inocente, y formas no mediatizadas por el saber hacer y la cultura, artistas modernos fauvistas, expresionistas, cubistas, etc., buscaron la inspiración en formas y técnicas de las llamadas artes primitivas, tanto Europeas (arte románico, arte ibérico) cuanto africanas y del sureste asiático, que Europa y los Estados Unidos trajeron a Europa tras colonizar esas partes del arte.
Quizá no sea casual que los artistas de finales del siglo XIX y principios del XX también se fijaran en el arte paleolítico que se descubría -es decir, se veía por vez primera, llamaba la atención cuando hasta entonces, sin duda, había pasado desapercibido- en aquellos años.
La fascinación por los niños respondía a este mismo gusto primigenio (más que primitivo). Se suponía que los niños tenían y ofrecían una mirada novedosa sobre el mundo no lastrada por un exceso de condicionantes culturales. Apreciaban formas y colores puros. El niño era como el primitivo. No sabía nada, y su mirada estaba libre de esquemas, modelos y prejuicios.

Por otra parte, se suponía que el niño, precisamente por sus gustos desprejuiciados y su tolerancia ante el juego, podía apreciar más las formas geométricas y desnudadas, así como las formas inspiradas no en la realidad sino en los sueños (Freud no andaba lejos), que los artistas modernos ofrecían.
El niño empezaba a ser un tema de estudio. Sus necesidades y sus gustos empezaban a ser tenidos en cuenta. Hasta entonces, el niño era juzgado como un deficiente, un ser incompleto, sujeto a la familia. No era todavía una persona, una creencia que se remontaba, en verdad, a la antigüedad (pese a que, con el Cristianismo -entre otras religiones de la tardo-antigüedad tardía, cuando los niños-profetas se multiplicaron y fascinaron, desde Horus hasta los niños surgidos de las entrañas de la tierra comunes en Fenicia-, el niño -Jesús- ya centraba la atención).

La necesidad de proteger a los niños creció con las devastaciones causadas por las guerras mundiales que acabaron con un gran número de adultos, y con los ideales. Se suponía que los nuevos tiempos, tras las contiendas, y los nuevos valores, serían asumidos por los niños, aún no condicionados: se les tenía que educar en libertad -o se les tenía que conformar a unos patrones para convertirlos en buenos patriotas (los nacionalismos europeos del siglo XX fueron una trágica fuente de modelos educativos que se transmitían a través de juegos, carteles, cuentos, etc. Las falanges, las juventudes de todos los colores -aún activas en algunos paises europeos muy cercanos-, con sus equipamientos lúdicos, formativos, enderezadores, hicieron acopio de toda clase de instrumentos para adiestrar, aleccionar, regular comportamientos y mentalidades).

Sin embargo, la exposición no concluye con esta nota amarga. Muestra la compleja relación entre el arte para los niños y el arte moderno. Si el ideario de los artistas de vanguardia les destinaba a implicarse en la creación de objetos y entornos infantiles, las creaciones para los niños, a su vez, determinaron el rumbo del arte moderno. No queda claro si la simplicidad y los colores puros o chillones, sin matices, del racionalismo, en arquitectura, pintura y diseño, fueron concebidos para los niños, o inspirados en las formas y los colores que se suponía gustaban a los niños. El arte infantil ¿era moderno?, o ¿el arte moderno era infantil -o infantilizado-?
El arte infantil fue concebido solo para niños, o para adultos que querían volver a la niñez.
La exposición concluye con los programas educativos televisivos que el cómico norteamericano Pee-Wee concibió en los años ochenta, titulados Playhouse: La Casa del Juego.
Por una vez, un museo de arte moderno se ha convertido en una espacio para jugar, es decir, pensar de verdad -o sobre la verdad.



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