lunes, 24 de septiembre de 2012

El emperador y el gobernador de Asiria: un cuento oriental




Érase un astuto gobernador de una región limítrofe del imperio de Asiria. Tenía frontera con el imperio de Babilonia. Era una tierra fértil, bien regada por el Tigris y el Éufrates -que podían ser cruzados fácilmente precisamente en esta parte-, distinta de las áridas altiplanicies y de las regiones montañosas al norte y al este del imperio. Su posición la convertía en la salida de las mercancías desde distintos puntos del imperio hacia otros países, sobre toda hacia el imperio de Babilonia.
Se hablaba una lengua semita, como el asirio y el babilonio, que no podía confundirse con éstos, aunque el asirio era también común.
El imperio era centralizado. Se gobernaba desde la capital, Assur. No obstante, todas las provincias asirias eran autónomas, dirigidas por un ensikgal, un gobernador, quien manejaba los fondos que Assur le enviaba tras haber recolectado los impuestos.
Aconteció que un gobernador, en el siglo VIII aC, llamado Nergal Eresh, decidió construirse un gran palacio, a imagen de los palacios imperiales de la capital, Assur. Disponía de una corte casi imperial. Las obras iban por buen camino. Todos los sidim, los contratistas, pagaban entre un tres y un diez por ciento de comisión que revertía en las arcas de la región, o directamente en los bolsillos de la corte o del mismo gobernador. Las obras eran faraónicas. Se trazaron y se construyeron también una extensa red de vías, con innumerables postas,  hasta el palacio. Las obras costaban mucho más que los fondos llegados de Assur, y el déficit se acrecentaba por las numerosas mordidas que casi todos los miembros de la corte practicaban, lo que encarecía sobremanera los costes. Llegó un momento en que las arcas estaban casi vacías. Nergal Eresh decidió emprender recortes. Así, las eduba -las escuelas donde se enseñaba a leer y escribir los numerosos y difíciles signos cuneiformes- ya no recibieron punzones ni barro para las tablillas, y las familias que querían que sus hijos fueran unos letrados para hallar trabajo en la corte y los templos (toda la corte, el gobernador, sobre todo, mantenía muy buenas relaciones con los sacerdotes que bendecían todas las acciones gubernamentales) los tuvieron que pagar cada vez más, hasta que el número de aprendices a letrados descendió. Por otra parte, el patesi (consejero) de la sanidad caldea, reconocida en todo el imperio, y alabada incluso en Babilonia, redujo drásticamente los fondos de los azû, los médicos, a fin de potenciar la sanidad privada que el mismo patesi controlaba.
Ante esta situación, la población empezó a removerse y a manifestarse. Las acciones del gobernador Nergal Eresh, hasta entonces alabadas, fueron criticadas cada vez más abiertamente, y la corte denunciada. Los recortes iban en aumento, sin que el tren de vida de la corte disminuyera. Cada día que pasaba se descubrían nuevos fraudes. Así, el hijo del anterior gobernador asirio fue denunciado por querer acaparar la gestión de los talleres en los que se revisaban los carros que surcaban los caminos.  A través de la é-du (la gran sala de conciertos palaciega recubierta de relucientes ladrillos vitrificados) se desviaban fondos públicos y privados hacia las arcas de la corte.  Los dabariri (los artistas y juglares),  cuyas gracias hasta los babilonios, rivales, admiraban, dejaron de recibir encargos, salvo si cantaban las grandezas del gobernador, tal cómo éste dictaba. Incluso se planificó un egal-enedi (un palacio de juegos de azar) que, posiblemente, habría servido para captar y desviar más fondos públicos y privados.
La situación se volvió insostenible. El imperio, y en particular, esta región fronteriza se hundía; las manifestaciones crecían.
Nergal Eresh tuvo entonces una idea luminosa. La crisis era debida a que la capital Assur no transfería fondos suficientes. Las obras que se llevaban a cabo eran esenciales si Kar -Assurbanipal, la capital de la región, quería rivalizar con Assur. La región más rica del imperio no podía ser tratada como el resto de las regiones, más pobres y menos pobladas. Casi toda la riqueza del imperio asirio provenía, se decía en Kar-Assurbanipal, de esta región, y por tanto, el imperio tenía que pagar.
Nergal Eresh y sus acólitos denunciaron las estrecheces a la que Assur le sometía, es decir, sometía a la región. Era una falta, un insulto, un injurio para el honor de todos los kur-assurbanipales. Con las obras descomunales emprendidas, solo quería que los kur-assurbanipales se sintieran orgullosos de su tierra milenaria.
Las protestas hacia la corte menguaron; las manifestaciones se acallaron. La revuelta, ahora, dirigió sus dardos hacia Assur. Assur oprimía a Kar-Assurbanipal y su área. Era necesario que esta región se desgajara del imperio, y hallara naturalmente su lugar entre los imperios de Asiria y Babilonia. Si pequeños reinos como los de Damascvo, Alepo o Judea, o incluso de Palmira vivían de maravilla, gracias a que eran tierra de contrabandistas y refugio de dinero negro, que controlaban los mercadeos orientales, ¿cómo no iba a sobrevivir e enriquecerse Kar-Assurbanipal?

Los restos de Kar-Assurbanipal fueron desenterrados, del desierto, y del olvido, hace veinticinco años, por una misión arqueológica francesa. Hoy, tras los acontecimientos en Siria, retornar lentamente al polvo.
Las exposiciones sobre arte asirio se multiplican.

 

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