jueves, 29 de marzo de 2012

¿Son necesarias las plazas, 2?

Jordi Abadal (Máster de Asiriología del IPOA-UB) envía esta justa y aguda observación  sobre la ausencia de plazas en las ciudades del Próximo Oriente antiguo -en contaste con la ciudad griega:

"Estaba leyendo tu interesante artículo sobre las plazas y me voy a permitir un pequeño comentario sobre los espacios públicos mesopotámicos. No te olvides de que las puertas (KA 2 en sumerio o BABUM en akadio) eran espacios públicos y abiertos donde se comerciaba y se discutía. Y también que (acuérdate de la epopeya de Gilgamesh y Akka) se discutían temas públicos y se tomaban decisiones en las asambleas (UNKIN en sumerio o PUHRUM en acadio), tanto en las asambleas de los mayores como de los jóvenes, aunque no se sepa si estas asambleas se celebraban en un espacio público y abierto o privado y/o cerrado".

 Este comentario incide en la falta de espacios públicos centrales, concebidos como el corazón o el pulmón urbano, en las ciudades mesopotámicas. Existían espacios de mercadeo, sin duda al aire libre, pero estos se ubicaban al lado de las puertas de la ciudad. Esta situación también se dio en Roma. La palabra foro (que hoy designa un lugar de discusión, pero que en Roma nombraba un espacio vacío dedicado a actividades comerciales y lúdicas), que se suele pensar designa un espacio similar al del ágora griega, deriva del latín fores, que significa puerta. En efecto, el foro republicano, donde tenía lugar el mercado y actividades lúdicas, como diversos juegos, mimos, combates de gladiadores, etc., estaba situada en un extremo de la ciudad de Roma.
Se ha dicho a menudo que la ciudad romana se organizaba a partir de dos ejes ortogonales, las vías centrales llamadas cardo y decumano, que se cruzaban en el foro, en el centro de la ciudad. Este modelo, derivado de los campamentos militares -que disponían de una esplanada para paradas y entrenos-, sin embargo, raramente se aplicó (salvo en ciudades coloniales de nueva planta, sobre todo en el norte de África). En la mayoría de los casos, el foro estaba totalmente descentrado, cercano a las puertas de la ciudad, a fin de facilitar el tránsito de mercancías.

Es cierto que las primeras ciudades mesopotámicas quizá estuvieran regidas por asambleas, de ancianos y de jóvenes; éstas tenían lugar en espacios públicos, techados o no. Éstos recintos, sin embargo, no estaban necesariamente en el centro de la ciudad; por otra parte, muestran que los espacios públicos estaban bien acotados y se ubicaban en edificios -que comprendían patios-, no en espacios abiertos, como en Grecia.

En Mesopotamia, la inexistencia de la plaza se comprueba por la falta de una palabra específica, o, mejor dicho, de un concepto exprese una nítida distinción con la calle. La palabra sumeria siladagal, que se suele traducir por plaza, significa, en verdad, calle ancha. La calle es el paradigma del espacio público. No se diferencia de la plaza, porque la plaza solo es un tramo de calle más amplio. Así, el sumerio tilla se traduce indistintamente por calle o plaza (el término sumerio esir también significaba calle y quizá revele el origen -y la función- de la calle: e significa canal de irrigación o evacuación. La calle, en Mesopotamia, sigue los cursos que el agua abre). Tilla designa un espacio exterior, pero no distingue entre vía de comunicación e intercambiador, y espacio de comunicación o intercambio. Tilla también significa cruce de calles o caminos. Nombra un lugar por el que se pasa, pero no un espacio donde quedar. La vida no se concentra en el espacio fuera del hogar -o de las asambleas.
Así, una segunda oposición parece dibujarse entre el espacio doméstico donde se está y el espacio público donde se circula, dónde el movimiento es incesante. La imagen del ágora griega llena de ciudadanos de pie, inmóviles y dialogando, no parece tener cabida en el Próximo Oriente antiguo. En la calle no se está. Es un lugar mal visto.  

Agradezco a Jordi Abadal su comentario.

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