miércoles, 21 de diciembre de 2011

El muro de André Breton, o el derribo de los muros ante la "barbarie"





El Museo de Arte Moderno. Centro George Pompidou de París expone, desde 2003, en la colección permanente, una "pieza" insólita de gran tamaño: una gran vitrina con piezas africanas y de culturas "primitivas" perteneciente a la colección "etnográfica" de André Breton. Dicha vitrina, en la que Breton coleccionaba muestras de "arte" no occidental, se hallaba en su piso de París y fue comprada, en pública subasta, por el gobierno francés, en 1999.
Lo sorprendente no es la adquisición de las piezas, algunas de gran valor -a las que se sumaba el "valor" de haber sido escogidas por Breton-, sino de la vitrina que las acogía, cuya distribución ha sido respetada escrupulosamente, ya que refleja las relaciones formales o esotéricas que Breton halló o estableció entre las piezas.

André Breton solo colección "arte" "primitivo"; el gusto por las máscaras y la estatuaria o los fetiches africanos o del sudeste asiático no era nuevo: ya Picasso, entre otros artistas, quedó fascinado por las formas angulosas de las máscaras africanas -y de la estatuaria ibérica, y románica- a principios del siglo XX.
Sin embargo, Picasso vio en estas obras de "arte" maneras de reproducir o evocar la realidad que no pasaban necesariamente por el mimetismo clásico o renacentista. Su fascinación recayó sobre todo en las formas o la forma de reproducir sin copiar el mundo, es decir en nuevas maneras de aludir al mundo que quizá incluyo permitían no solo de representarlo de manera novedosa sino de descubrir facetas inéditas de la realidad que el naturalismo clásico no había podido o sabido captar y plasmar en la materia.
Por el contrario, el gusto de Breton por el arte llamado primitivo era ideológico: le fascinaba no por razones estéticas sino porque no pertenecía a la tradición greco-latina.

Debido quizá  a los resultados devastadores de la Primera Guerra Mundial, y los efectos del colonialismo, Breton renegó de la tradición europea. Acontecía que ésta derivaba de la cultura greco-latina.
Por tanto, dicha tradición tenía que ser abolida, y Europa barrida.
Breton apeló al arte que no remitía a esta tradición denostada. Según él, además, los  griegos y los romanos habían colonizado Europa desde hacía dos mil años, por lo que se tenía que cortar de raíz dicha influencia. Breton apelaba a cuantas artes y culturas barrieran  la cultura clásica europea, ya sea promoviendo artes no europeas, africanas o de Extremo Oriente, ya sea desando la invasión de los mongoles, o destacando las artes "puramente" europeas, anteriores a las "invasiones" coloniales greco-latinas: es decir, el arte celta, considerado un arte "autóctono", frente a un arte colonizador de raíz greco-latina.
Bretron, entonces, defendía la autoctonía frente al mestizaje y la influencia o el entrecruzamiento de culturas. El que los celtas procedieran de no se sabe dónde no le importaba. Los celtas -ay, los arios- eran los verdaderos europeos, ante los sureños invasores greco-latinos.

Curiosamente, la defensa del arte celta, y la condena a la hoguera del arte greco-latino (por invasor, por no ser étnicamente europeo), es decir la defensa de la cultura brotada de las entrañas de la tierra, que fuera expresión de las propiedades de una tierra, se basaba en las mismas consideraciones del más rancio nacionalismo europeo decimonónico, de la extrema derecha racial, que estuvo en la raíz de las guerras que devastaron Europa, algo que quizá no hubiera desagradado a Breton (quien defendió, al igual que Sartre, el asesinato indiscriminado para aterrorizar al europeo, y someterlo) ya que a través de la guerra se arruinaba la tradición, las artes greco-latinas.

Historias, tan agudas o sorprendentes como ésta, cuenta Carlos Granés, en El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales (Taurus., Madrid, 2011).

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