viernes, 25 de septiembre de 2009

Ártemis y los hombres



Los griegos fundaron asentamientos o colonias en la costa adriática (hoy, Albania, y Croacia) hacia el siglo VIII.
La ciudad de Issa fue fundada en la isla croata de Vis hacia mediados del siglo IV, posiblemente por colonos siracusanos.
Una perfecta cabeza de la diosa Ártemis, con una diadema que representa la luna, arrancada de una estatua de culto de metro y medio de altura, es la obra más importante hallada en el yacimiento, y una de las mejores del arte helenístico. La imagen es de bronce. Los ojos aún guardan parte de las inscrustaciones blanquecinas de plomo. Una pequeña urna de vidrio, en medio de la sala principal del museo local, no logra anular su mirada hipnótica.
Ártemis era la diosa de los espacios fronterizos entre las tierras civilizadas y cultivadas y los bosques impenetrables que daban cobijo a alimañas y salvajes.
Las colonias griegas, siempre fundadas en islas cercanas a la costa o en puertos naturales, eran pequeños y frágiles asentamientos, que apenas controlaban una estrecha franja de tierra circundante, a merced de las poblaciones nativas. Un anillo de templos trataban de proteger mágicamente la ciudad.
En medio e un paisaje aún hoy tan agreste, parece lógico que se diera culto a Ártemis. Sólo ella, si quería, podía defender a Issa de los ataques ilirienses.
¿Pero qué sentimientos despierta (la imagen de) la diosa? Sus ojos brillan como las pupilas de un gato en un un rostro duro y ennegrecido. La mirada, distante y desdeñosa. La nariz aguileña parte un frío mohín. El rostro, perfecto, no denota emoción alguna. La diosa tiene una faz humana, y sentimientos -si es que así se puede calificar lo que siente o lo que piensa-, que no son de este mundo.
Acostumbrada a lidiar con alimañas y humanos, Ártemis o su efigie rehuye cualquier cruce de miradas, cualquier complicidad con los mortales.
Los griegos sabían, a través de imágenes aparentemente humanas, expresar la infinita distancia entre los dioses y los hombres, y el desdén, matizado de ávidez, que aquéllos sentían por nosotros. Sabían manifestar la inhumanidad que el cuerpo humano puede acoger.
Sus dioses eran verdaderos. No trataban de simular que eran humanos. Poco podíase esperar de ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario