viernes, 29 de mayo de 2009

Terra mítica


Las condiciones de paso eran grotescas; cuando no eran mortales. Impávidos policías pasaban espejos por debajo de los coches, y requisionaban periódicos y guías de viaje demasiado gruesas (las confundían con una Biblia), mientras introducían la acerada punta del fusil por la ventanilla. Obligaban a cambiar grandes cantidades de dinero, incluso para estancias de unas pocas horas -los permisos de entrada solo eran para un día, además-, que no se podían gastar, salvo hincharse sorbiendo litros de sopa de remolacha en el único restaurante existente, puesto que no había nada de comprar.

CheckPoint Charlie era uno de los lugares más siniestros de Europa. Daba acceso a Berlín del Este en coche. Era el único punto de entrada. La calle estaba cortada por alambradas y altos muros perpendiculares de hormigón que obligaban a circular zigzagueando y muy lentamente. Desde una torreta de vigía, un soldado apuntada con una metralleta.

CheckPoint Charlie existe todavía. Excelentes reproducciones a gran escala de fotos en blanco y negro y textos, pegados a un largo muro que delimita un descampado, narran los momentos más feroces, más atractivos, pues, de la división de Berlín. En una puesto oficial, en una esquina, se vende toda clase de reproducciones de objetos que evocan esos años. En el centro de la calzada se alza una reproducción de la caseta de vigilancia protegida por sacos llenos de arena. Una alicaída bandera norteamericana la corona. A un lado, bien colocado, un panel reluciente reproduce el que anunciaba que se estaba accediendo a un sector distinto del Berlín dividido y ocupado. Un actor joven, disfrazado de policía, empuña un arma falsa, y pide un euro a los automobilistas y los transeuntes por dejarse fotografíar. Los gladiadores con armaduras de purpurina y tiesos penachos de escoba en la testa del Coliseo de Roma parecen mas "auténticos". En la derecha, un segundo figurante promete, previo pago, auténticos sellos sobre cualquier superficie que se le tienda. Vendedores callejeros, convenientemente malcarados, ofrecen reproducciones de gorros rusos en piel sintética, cascos alemanes de plástico negro, y matrioscas hechas a máquina en China. Una reproducción en aglomerado de madera, más o menos fiel, de un fragmento del muro de Berlín, atrae las miradas. Una fecha, 2009, escrita quizá por error, desvela la ilusión. Nadie parece darse cuenta. Pasa un bus turístico. Pasan dos. Desde la plataforma superior, visitantes en camiseta asestean con sus máquinas fotográficas. Un gran número de visitantes se concentra por las aceras. Starbucks, Mac Donalds y Pizza Hut compiten por estar justo a la altura de la caseta central.
La historia no se repite. Se reproduce fidedignamente moldeada en plástico.
Ideas para El Born, o el Fossar de les Moreras, en Barcelona. Lo que ganaríamos.

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