lunes, 27 de abril de 2009

......Y (EL) DIOS CIRCUNDÓ LAS AGUAS


En una carta oficial escrita sobre una tablilla de barro (KVM 32.1197), el gran rey de Babilonia Hamurabi enumera los logros de su reinado, y entre otras gestas, menciona:

"ambar-ra hu-mu-ni-nigin2" (v. 14)

Anteriormente, el rey, tras haberse presentado como "el señor de las cuatro regiones del universo" (v. 4) -un título, casi tópico, habitual-, había destacado que "construyó en país", en el que brillaban "las murallas hechas de tierra y de polvo, altas como montañas rocosas", cuya parte superior se erguía orgullosamente (vv. 5, 10-13).

Aquella frase se suele traducir por "rodeó (la muralla de la ciudad de Sippar) con canales o un foso llenos de agua". Una tarea que estaba de acuerdo con las que los reyes llevaban a cabo habitualmente en Mesopotamia: abrir canales y mantenerlos en buen estado, tanto para irrigar los campos como para evitar inundaciones. Esta labor repetía la que Enki, el dios de la arquitectura, había llevado a cabo poco después que su padre An, el Cielo (o su madre, Nammu, la diosa-madre que reinaba sobre las aguas primordiales), hubiera creado el universo.

La carta original estaba escrita en acadio (o en babilónico). Por el contrario, las citas anteriores proceden de una traducción en sumerio realizada posiblemente en la misma corte. Y la traducción sumeria no dice exactamente lo mismo que el original acadio.
Quizá se deba a la impericia del traductor, demasiado apegado al texto, pero la traducción afirma: "rodea en las aguas". El caso no es el acusativo, sino el ablativo: el sufijo "a", de "ambar-ra" -la "r" de "ra" solo aparece para que la sílaba formada por la sola letra "a" ligue mejor, como si del francés se tratara, con la sílaba "bar" de "ambar"-. El sentido es extraño. ¿Qué es lo que rodea en las aguas? ¿Las murallas? Quizá. La frase también podría interpretarse como "ejerce la acción de rodear en las aguas", es decir: "rodea las aguas". Las aguas ya no son el cerco de la muralla, sino lo que es cercado.

La utilización del término ambar es un tanto insólita. Ambar significa cañaverales, marismas. Refleja la realidad de la inmensidad de las aguas quietas, asestadas de juncos, del delta del Tigris y el Eúfrates, donde se ubicaba la ciudad de Sippar. Por tanto, podemos pensar que el foso que protegía las murallas de la ciudad, estaba lleno de una agua glauca en la que crecían inmumerables cañas: Lo que puede ser posible.

Sin embargo, muchos especialistas consideran que "ambar" es una lectura errónea de un signo cuneiforme que debería leerse más bien "abbar": éste se compone de "ab" que significa agua. Luego, "abbar" se traduce por mar u océano, y "ambar", citado en la carta, no se referiría a un foso de aguas dulces saturadas de juncales, sino a las aguas del mar. Lo que Hamuabi habría logrado, pues, habría sido el cercado, no de una muralla, ni de un canal, sino del anchuroso ponto.

Esta descripción, ¿no recuerda el conocido verso del Libro de Job en el que la Sabiduría de Dios enuncia la grandeza de las obras del Creador: "Él trazó un cerco sobre la haz de las aguas" (Job 26:10)?

Es cierto que estaríamos comparando un texto que se refiera al obrar humano (el rey Hamurabi, que ninguna se igualó con un dios) con otro que enuncia las gestas divinas. Mas ¿qué ocurre si los confrontamos? Aparte de que nos encontraríamos con otro ejemplo, si es que ejemplos de este tipo fueran ya necesarios, que muestra todo lo que la Biblia deba a Mesopotamia, y como las acciones de Yavhé están inscritas en el quehacer cotidiano mesopotámico, con las duras tareas de cultivar la tierra y tratar de que de frutos sin que las inclemencias y las inundaciones acaben con los logros áridamente conquistados, nos hallaríamos con una posible lectura simbólica de la carta de Hamurabi.
Ésta, al igual que todos los relatos reales, no deben ser tomada al pie de la letra. No detalla con exactitud o veracidad lo que el rey emprendía u ordenaba. O mejor dicho, sí dice la verdad; pero ésta no es de orden histórico (la historia carece de importancia, solo detalla las miserias humanas, no sus sueños), sino simbólico. Las cartas, al igual que lascrónicas, las epopeyas los himnos y los mitos, solo enunciaban una serie de acciones paradigmaticas que tendían a mostrar la grandeza del rey (y su piedad para con las divinidades). Abrir canales, levantar murallas, reconstruir templos: no todos los reyes lo hacían, pero, si querían pasar a la posteridad, si su reinado quería verse magnificado (y recordado), habrían tenido que llevarlas a cabo. Y eso es lo que había que contar, como si realmente estas gestas se hubieran llevado a cabo. El simple enunciado ya evocaba una grandeza (que quizá nunca hubiera existido).

Pero, en el caso presente, la grandeza real no se basaría en un hecho posible -construir murallas, edificar templos y palacios, restaurar edificios- sino improbable (fuera de la imaginación y del sueño): poner un cerco al mar. Sin embargo, la imagen es poderosa. Evoca la magnificencia de un rey capaz de actuar como los dioses (y ayudado por ésos), conformando o reordenando el mundo. Un rey que habría logrado el prodigio de construir sobre el mar: una imagen de su omnipotencia.
Omnipotencia que se expresaba a través de una gesta arquitectónica. Como siempre.

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